Lecciones y herencias del siglo XX: comentarios a la obra de Eric Hobsbawm (IV)

24/08/2014
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“No se puede fragmentar la historia”
(Cristina Kirchner)
 
La Revolución Bolchevique
 
Introducción: el contexto y la premisa general:
 
De acuerdo con nuestro historiador (Hobsbawm), la revolución bolchevique es “hija” de la Primera Guerra Mundial. Este planteamiento muestra, a todas luces, una lógica de interdependencia secuencial en la que ningún suceso importante de la humanidad ocurre en forma aislada, sino, como parte de esa gran corriente civilizacional conocida como “el proceso histórico”.
 
Desde esa perspectiva, se comprende como la suerte del viejo imperio Zarista quedó sellada en el momento mismo en el cual el Zar Nicolás II de Rusia, tomó la decisión de involucrarse directamente en la Primera Guerra Mundial (1).
 
Esa decisión trascendental, en la cual la Rusia Zarista decide formar parte de la llamada “Triple Alianza” (conformada además por Gran Bretaña y Francia, su ex – enemiga bélica), aceleró la caída del régimen, el cual ya había sido debilitado al participar en  una serie de guerras de menor escala en los años previos (2).
 
Esta sería entonces la premisa principal que explicaría, en última instancia, el principal factor que facilitó las condiciones internas que permitieron el estallido de la revolución de febrero y octubre de 1917 en Rusia (3).
 
Otros factores presentes en el estallido de la revolución bolchevique:
 
El continuado declive y debilitamiento económico del imperio zarista producto de su creciente involucramiento en la gran guerra, fue generando un creciente descontento entre las empobrecidas, hambrientas y desposeídas masas campesinas de aquella enorme región semi-feudal y semi capitalista; en las ciudades con cierta industrialización el malestar se centró en los obreros fabriles explotados (cuantitativamente de menor importancia que el campesinado, aunque más esclarecidos en lo político), y entre los desempleados urbanos sin pan; mientras que las humillaciones, malos tratos y pésimos salarios generaron estallidos de rebelión espontánea entre los soldados rasos de las fuerzas armadas (inconformidades presentes desde mucho antes del estallido social final de 1917) (4).
 
La caída del viejo régimen y sus fases principales de transición hacia el nuevo orden.
 
En base al análisis de Hobsbawm en torno a los principales acontecimientos que marcaron la caída del régimen zarista y el surgimiento de la URSS, el lector atento puede determinar fácilmente 4 fases claramente definidas.
 
Estas fases son las siguientes; la revolución de febrero (marzo) de 1917; la revolución de octubre (noviembre) del mismo año; el período de guerra civil entre el nuevo gobierno bolchevique y las fuerzas contrarrevolucionarias (internas y externas), entre 1918-1920; y el surgimiento de la Unión Soviética como tal, en 1921.
 
A continuación, de una manera sumaria (breve) pueden resaltarse algunos detalles importantes de cada una de estas fases de la transición histórica específica analizada en este cuarto capítulo.
 
La revolución de febrero (marzo) de 1917.
 
En realidad, desde varias décadas antes del estallido de la revolución, había una considerable cantidad de gente (dentro y fuera de Rusia), que esperaba el cambio, aunque nadie sabía a ciencia cierta cuándo, ni qué tipo de cambio se produciría…, algo que, tal y como veremos unas líneas adelante, produciría serios dilemas políticos a las fuerzas revolucionarias rusas que impulsaban el proceso histórico de transformaciones sociales y políticas.
 
Como refiere Hobsbawm;
 
(…) “Pocas semanas antes de la revolución de febrero, Lenin se preguntaba todavía desde su exilio en Suiza si viviría para verla” (5).
 
Lo cierto es que, así como en 1905 los sucesos a bordo del “Acorazado Potemkin” habían servido de chispa para la rebelión popular, esta vez, en febrero (marzo) de 1917, el detonante lo constituyó una protesta de mujeres trabajadoras de la fábrica metalúrgica Putilov, realizada por ellas el 8 de marzo, justamente en su día internacional, tal y como se celebraba (y se celebra aún hoy en el siglo XXI), en Rusia, desde fines del siglo XIX. 
 
Las protestas crecieron hasta desencadenar en una huelga general; las masas se rebelaron y traspasaron el río congelado que las separaba desde las periferias hasta el centro de la capital. Tras varios días de disturbios generalizados, en los cuales las siempre leales tropas policiales y militares del régimen esta vez se negaron a disparar en contra del pueblo, y tras varios días de caos general, el zar se vio obligado a abdicar, siendo entonces sustituido de inmediato por un Gobierno Provisional (6).
 
Pero la transición apenas comenzaba, y la estabilidad del Gobierno Provisional muy pronto empezó a tambalear, hasta que en unos cuantos meses terminó igualmente por  derrumbarse, con lo cual se inicia la segunda fase importante del gran cambio histórico que a la vista de todos se estaba gestando.
 
La revolución de octubre (noviembre) de 1917.
 
El enorme país cayó en un gran vacío de poder. El viejo régimen ya no podía continuar gobernando ni un día más, mientras que las fuerzas políticas del cambio no tenían la fuerza suficiente para tomar el control… ni siquiera los bolcheviques al frente de Lenin y Troksky, cuyo movimiento para ese momento crucial (la caída del gobierno provisional), apenas llegaba, según datos presentados por Hobsbawm,  a los 5 mil militantes, entre hombres y mujeres (7). 
 
Los dilemas políticos de la revolución rusa
 
De tal modo que los meses comprendidos entre marzo y noviembre (febrero y octubre para el calendario vigente entonces en Rusia), de ese crucial año 1917, fueron de absoluta incertidumbre política. Hobsbawm lo resume en forma bastante clara cuando explica que, el gran problema teórico y práctico, era entonces que debido al  enorme atraso económico y socio-político de ese país (por sobre todo, en función del escaso desarrollo de sus fuerzas productivas y de su régimen político), Rusia no estaba madura para la revolución burguesa-liberal ni madura tampoco para la revolución socialista (8).
 
¿Qué hacer?
 
Sin embargo, y a pesar del pensamiento casi unánime de Marx y de muchos teóricos del socialismo científico, en cuanto a las escasas o nulas condiciones para llevar a cabo una revolución socialista en la atrasada Rusia, muchos de ellos (y el propio Marx poco antes de morir en 1883), cambiaron de opinión y, al final, pensaban que al menos una revolución en ese enorme país (pese a todo, con un considerable peso en la política internacional), podría servir de catalizador para desencadenar otras revoluciones, esta vez en otras naciones realmente industrializadas de Europa (como Alemania o Inglaterra), en donde realmente si existiesen las condiciones reales para la construcción del socialismo, según lo indicaba la teoría clásica de la transición hacia ese modo de producción… (9).
 
Lo cierto del caso es que las condiciones reales en las que cayó Rusia durante esos meses de caos y anarquía incontrolable, impusieron a los sectores revolucionarios la imperiosa necesidad de adoptar una decisión final, en cuanto a tomar o no el control del gobierno.
 
Paradójicamente, la crecente radicalización venía no de los sectores políticos más avanzados o esclarecidos políticamente (ni siquiera en el propio partido de los bolcheviques Lenin contaba con la certeza de que la militancia estaba preparada para asumir el control del país…) (10).
 
Al igual que en muchísimas revoluciones que se han producido en distintos momentos de la historia, es la actuación espontánea y decidida de las masas lo que termina definiendo el rumbo que han de tomar los acontecimientos… en despecho de los “guiones” preestablecidos por la (s) teorías o a pesar de las ideas preconcebidas creadas por los propios actores que han dirigido tales eventos.
 
En el caso de la Rusia sumida en el caos y el vacío de poder, las masas trabajadoras, empobrecidas y explotadas en las fábricas de las ciudades, fueron  las que se radicalizaron, organizando por si solas y sin la intervención de ningún partido o fuerza política, los llamados “soviets” (“consejos populares”), mientras en el campo millones de campesinos también se organizaban y exigían no otra cosa sino tierra, y los soldados por su parte demandaban mejores salarios y condiciones de vida digna (11).
 
Finalmente, tras lograr convencer a los principales dirigentes de su partido, y con el apoyo de   los revolucionarios del ala más radical de los socialrevolucionarios y otros movimientos más pequeños, Lenin decide que ha llegado la hora de tomar el control directo del gobierno.
 
Para dar este paso decisivo e histórico, Lenin se basó en dos argumentos fundamentales para convencer a sus más inmediatos seguidores: el primero, era que, de no tomarse una decisión política inmediata por parte de los bolcheviques, “podía desencadenarse una verdadera anarquía más fuerte de lo que somos nosotros…” ; y el segundo argumento de peso utilizado por él, fue que “si un partido revolucionario no tomaba el poder cuando el momento y las masas lo exigían, ¿en que se diferenciaba de un partido no revolucionario…? (13). 
 
Analizados y explicados de esta manera por Hobsbawm estos siete meses de incertidumbre y caos generalizado (que luego habrían de ser vistos como los meses  más trascendentales en la historia de la vida política de Rusia y del movimiento revolucionario mundial de todo el siglo XX), para el lector crítico queda “flotando en el aire” una interrogante fundamental.
 
Sabiendo de antemano la conocida postura escéptica de Lenin (por no hablar de su acostumbrado rechazo frontal), en cuanto a emprender o “embarcarse” en cualquier tipo de aventurerismo político o revolucionario, surge la inevitable pregunta: ¿cuál fue en realidad el verdadero motivo o razón que empujó a Lenin a tomar finalmente la decisión de ocupar el vacío dejado por el “Gobierno Provisional”?
 
En la obra específica que ahora comento, Hobsbawm no se detiene demasiado en esta reflexión concreta, pero por la enorme riqueza de datos, planteamientos y recursos analíticos e históricos que él emplea (aunque de manera muy condensada y sumaria por la vastedad de su tema general), de sus argumentaciones en este suceso histórico en particular, me permito desprender o deducir algunas respuestas a la pregunta arriba planteada.
 
Mi primera respuesta o ensayo de respuesta, es que Lenin evaluó muy fría y objetivamente la nueva correlación de fuerzas que por un solo instante se presentó de manera favorable a su partido y movimiento, nueva correlación que se cristalizaba a través de tres factores concretos y palpables: uno, era la súbita, inesperada y acelerada radicalización de las masas (trabajadores fabriles, campesinos sin tierra, soldados rasos del ejército, desempleados y amas de casa entre otros); el segundo factor, derivado casi como consecuencia directa o automática del primero, fue el sorprendente crecimiento del partido bolchevique, al pasar en tan solo unos cuantos meses, de tener unos cuantos miles de miembros, a la nada despreciable cantidad de decenas de miles de seguidores. 
 
El tercer factor definitivo, según mi opinión, es que Lenin comprendió de inmediato (a diferencia de la miopía de muchos otros revolucionarios, incluso dentro de su propio partido),  el enorme capital político-revolucionario (e incluso el enorme potencial económico), que significaba la extensa organización espontánea que se generó a través de toda Rusia, particularmente, bajo la forma organizativa de los “soviets”, especie de “células” o “consejos populares”, de las que no pocos dentro de las organizaciones revolucionarias tradicionales (excepto el propio Lenin), desconfiaban profundamente (14).
 
No es de extrañar entonces, que Lenin soliera repetir con cierta frecuencia su famosa frase: “Las masas son sabias”. Por lo que se sabe, hasta donde él pudo la convirtió o elevó casi a nivel de axioma político.
 
Falta ahora desarrollar la tercera y cuarta fase (según la división didáctica creada en forma ad hoc por este comentarista), en torno a la enorme transición política surgida a raíz del triunfo de una revolución rusa que en muy pocas semanas  se convirtió en revolución bolchevique.
 
En ello nos ocuparemos en la siguiente entrega (parte V) de esta serie.
 
Notas bibliográficas:
 
1.     Debido a que los siguientes datos que voy a mencionar surgieron después de que Hosbsbawm había concluido la obra aquí bajo estudio, resulta imposible que él los hubiera mencionado.  Por su importancia histórica los cito ahora aquí: se refiere a que en el año 2009 algunos cables de noticias de ACAN-EFE, daban cuenta de diversas investigaciones históricas relacionadas con la intervención de los servicios secretos de Gran Bretaña (a través de los agentes Oswald Rayner y John Scale), quienes al parecer, habrían estado implicados directamente en el asesinato del famoso místico ruso Grigori Rasputín (1869-1916).  De este controversial personaje se ha dicho (ver por ejemplo, “Rasputín und die Frauen” -“Rasputín el Diablo Sagrado”-, de Rene Fulop-Miller -editado en español en 1973-), que él habría intentado convencer a los Romanov (con muy poco éxito al parecer), y particularmente, al propio Zar Nicolás II, de no involucrar a Rusia en el gran conflicto bélico mundial que estalló en 1914.  Eso explicaría en parte, a través de estos hallazgos históricos, casi cien años después, como este personaje místico-religioso de gran influencia sobre los Romanov, se habría convertido en un enemigo frontal de los intereses británicos en la zona euroasiática.
 
2.     Entre 1854 y 1856 Rusia se enfrentó a Gran Bretaña y a Francia en la llamada “Guerra de Crimea”; Entre 1904 y 1905 Rusia se enfrentó a Japón (en una guerra en la que el otrora imperio zarista resultó perdedor), y que aceleró las condiciones para el estallido de la revolución rusa entre 1905-1906, aplacada en su momento a sangre y fuego (“Historia del Siglo XX”: E. Hobsbawm, p. 31).
 
3.     “Rusia, que en la Primera Guerra Mundial participó en contra de las “potencias centrales” desde el frente oriental, sufrió muchas bajas militares por parte de Alemania y los austro-húngaros, provocándole en 1917 una creciente inestabilidad política interna” (Ibid, p. 35).
 
4.     En la famosa película (considerada uno de los mejores –y primeros- clásicos del cine universal), dirigida por Sergei  Eisenstein, “Acorazado Potemkin”, se documenta con gran fidelidad el amotinamiento de los marineros descontentos con la pésima calidad de la comida que recibían, lo cual constituyó la chispa que desencadenó la revolución de 1905-1906, aplacada a base de una sangrienta represión policial y militar (Ibíd., pp. 64, 187).
 
5.     (Ibid, p. 67).
 
6.     Hobsbawm, lo expresa así: “cuatro días de anarquía y de manifestaciones espontáneas en las calles bastaron para acabar con un imperio (Ibíd., pp. 67-68).
 
7.     Hobsbawm, citado literalmente expresa: “El lema “pan, paz y tierra” suscitó cada vez más apoyo para quienes lo propugnaban, especialmente para los bolcheviques de Lenin, cuyo número pasó de unos pocos miles en marzo de 1917 a casi 250,000 al inicio del verano de ese mismo año. Contra lo que sustentaba la mitología de la guerra fría, que veía a Lenin esencialmente como a un organizador de golpes de Estado, el único activo real que tenían él y los bolcheviques era el conocimiento de lo que querían las masas, lo que les indicaba cómo tenían que proceder…” (Op. Cit, p. 69).
 
8.     “No se daban las condiciones para una transformación de esas características en un país agrario marcado por la pobreza, la ignorancia y el atraso y donde el proletariado industrial, que Marx veía como el enterrador predestinado del capitalismo, sólo era una minoría minúscula, aunque gozara de una posición estratégica. Los propios revolucionarios marxistas rusos compartían ese punto de vista” (Op. cit., p. 65).
 
9.     (Op. Cit, p. 69).
 
10. “Ningún partido, a parte de los bolcheviques de Lenin, estaba preparado para afrontar esa necesidad por sí solo y el panfleto de Lenin sugiere que no todos los bolcheviques estaban tan decididos como él…” (Op. Cit, p. 70).
 
11. “Lo que sobrevino no fue una Rusia liberal y constitucional occidentalizada y decidida a combatir a los alemanes, sino un vacío revolucionario: un impotente “gobierno provisional” por un lado y, por el otro, una multitud de “consejos” populares (“soviets”) que surgían espontáneamente en todas partes como las setas después de la lluvia. Los soviets tenían el poder (o al menos el poder de veto) en la vida local, pero no sabían qué hacer con él, ni qué era lo que se podía o se debía hacer…” (…) “lo que sabían era que ya no aceptaban la autoridad, ni siquiera la autoridad de los revolucionarios que afirmaban saber más que ellos” (Op. cit, p. 68).
 
12. (Op. Cit, p. 69).
 
13. (Op. Cit, p. 70).
 
14. “Les dije: haced lo que queráis, tomad cuanto queráis, os apoyaremos, pero cuidad la producción, tened en cuenta que la producción es útil… cometeréis errores, pero aprenderéis”. Extracto del “Informe sobre las actividades del consejo de los comisarios del pueblo”, elaborado y presentado por Lenin en enero de 1918, citado por Hobsbawm.  (Op. Cit, p. 71).  Es un fiel reflejo de la confianza que este líder depositaba en tales núcleos organizacionales del pueblo.
 
- Sergio Barrios Escalante es Científico Social e Investigador. Escritor y Narrador. Editor de la Revista virtual Raf-Tulum. Activista por los derechos de la niñez y adolescencia a través de la Asociación para el Desarrollo Integral de la Niñez y Adolescencia (ADINA). Autor del libro “La Falsa Denuncia”.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/102720
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