Lecciones y herencias del siglo XX: comentarios a la obra de Eric Hobsbawm (VI)

26/10/2014
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Los años 20, la primera gran oleada de la revolución mundial
 
“Las repercusiones de la revolución de octubre fueron mucho más profundas y generales que las de la revolución francesa, pues si bien es cierto que las ideas de ésta siguen vivas cuando ya ha desaparecido el bolchevismo, las consecuencias prácticas de los sucesos de 1917 fueron mucho mayores y perdurables que las de 1789. La revolución de octubre originó el movimiento revolucionario de mayor alcance que ha conocido la historia moderna”
 
 (“Historia del Siglo XX”: E. Hobsbawm, p.63)
 
Como se remarcó anteriormente, el siglo XX no se comprende sin el triunfo de la revolución bolchevique, la cual, a su vez, se dijo, en gran parte es hija de la Primera Guerra Mundial.
 
Y, vistos en conjunto, ambos acontecimientos marcaron una fuerte influencia sobre todo el planeta a lo largo de la década de los años 20, generando una oleada revolucionaria por múltiples regiones del mundo, o simplemente, “alimentando” otros procesos de cambio que no eran un producto directo de tales acontecimientos, como la revolución mexicana en 1917, las luchas campesinas de El Salvador lideradas por Farabundo Martí a inicios de esa década, la gesta anti-imperialista de César Augusto Sandino en contra de la invasión de los marines yanquis en Nicaragua (1), o la revuelta estudiantil en 1918 de los universitarios de Córdoba, en Argentina (2).
 
Volviendo a los acontecimientos telúricos que se originaron desde Euro-Asia a partir de 1917 con el triunfo de la revolución en Rusia, cabe destacar que ello irradió una primera oleada mundial de revoluciones políticas afines con las ideas del internacionalismo del partido comunista con sede en Moscú, al punto que, tal y como lo constata Hobsbawm, “Solo treinta o cuarenta años después de que Lenin llegara a la estación de Finlandia en Petrogrado, un tercio de la humanidad vivía bajo regímenes que derivaban directamente de “los diez días que estremecieron al mundo” (3).
 
Sin embargo, Hobsbawm no escatima argumentos para señalar que la expansión acelerada de la influencia política e ideológica de la revolución soviética a través del mundo, no se debía tanto al esfuerzo  “desestabilizador” y anti-capitalista del movimiento comunista internacional dirigido desde la URSS (de hecho, según Hobsbawm, todo esto ocurrió a pesar del desinterés que pronto Moscú mostró en apoyar la revolución mundial) (4), sino a las propias condiciones revolucionarias que a nivel interno en muchos países fueron creadas por la enorme desestabilización política y económica que se generó en una serie de países al terminar la Primera Guerra Mundial (una severa crisis mundial capitalista que habría de desembocar al final de los años 20 en la llamada “Gran Depresión), esto particularmente para los casos de diversas naciones Europeas, incluyendo a naciones que por mucho tiempo habían gozado de estabilidad en sus regímenes políticos (5).
 
Y para los casos de muchas naciones del Tercer Mundo, las sublevaciones que se dieron, en Latinoamérica, por ejemplo, obedecían principalmente a factores endógenos (y a una mera inspiración por los lejanos acontecimientos de la Rusia revolucionaria pero con muy escasa o nula ayuda material concreta de Moscú), como los casos ya citados de las revueltas campesinas de México, El Salvador, Nicaragua y de Brasil, bajo el liderazgo de Luis Carlos Prestes (6).
 
De hecho, mucho antes de que terminara la década de los años veinte, ya Lenin y Troksky (dos teóricos y organizadores de primera línea de la revolución proletaria mundial), estaban fuera de la escena política protagónica, Lenin por su prematuro fallecimiento a inicios de los años veinte, y Troksky por la persecución y exilio al que fue forzado por Stalín (enemigo solapado de la revolución mundial), cuyos esbirros lo habrían de asesinar tiempo después (1940), mientras este se encontraba en su residencia en Coyoacán, Ciudad de México.  
 
En síntesis, Hobsbawm divide la primera oleada revolucionaria de los años veinte en tres grandes momentos: el primero, el lapso 1918-1920;  el segundo, el periodo entre 1920-1927; y el tercero los años posteriores a 1927.
 
Durante el primer lapso, que implican los dos primeros años posteriores al triunfo de la revolución bolchevique, Hobsbawm nos indica que fueron los años de mayor expectativa para Lenin y demás dirigentes revolucionarios rusos, en cuanto a que se produciría a lo inmediato una cadena de triunfos revolucionarios en diversos países de la Europa  central, cosa que no se materializó (7).
 
Hobsbawm da al menos dos razones contundentes de ello. La primera razón tiene que ver con la decisión de Lenin (aparentemente errónea, según nuestro historiador), de marginar a una gran parte del movimiento obrero socialdemócrata europeo, por no ser considerado “suficientemente revolucionario” (8).
 
La segunda razón que Hobsbawm proporciona al respecto se deriva de la primera. Según él, la mayoría de gobiernos conservadores europeos adoptó la política de cooptación del movimiento obrero y de los movimientos socialistas (muy fuertes en extensa zonas del continente y en creciente radicalización al finalizar la Primera Guerra Mundial), con el fin de evitar su radicalización y el “contagio” con el virus “bolchevique”, política que habría surtió sus efectos (9).     
 
En esa misma línea de debilitar la influencia de la revolución de 1917, algunos países donde los sectores políticos ultra-conservadores y de extrema derecha eran fuertes, procedieron incluso a la persecución política y a la eliminación física de dirigentes comunistas, como ocurrió en Alemania con el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, dirigentes del recién creado Partido Comunista Alemán, abatidos por pistoleros a sueldo a las órdenes del ejército (10).
 
En cuanto al segundo momento de la primera oleada revolucionaria mundial (el periodo entre 1920-1927), una vez aceptada la idea que no se produciría ningún “efecto dominó” de sucesivas revoluciones en Europa, el movimiento comunista internacional encabezado por Moscú cifró sus esperanzas y ayudas al movimiento revolucionario en China, representado en el partido de la liberación nacional (Kuomintang), cuyo líder Sun Yat-sen aceptó el modelo soviético y su ayuda militar, realizando una alianza con el nuevo Partido Comunista Chino, y desarrollando un proceso revolucionario que tendría su cúspide en la insurrección (fallida) entre 1925-1927 (11).     
 
Para Hobsbawm, el fracaso de esta ofensiva revolucionaria en China representa un punto de inflexión importante en la visión que tenía la dirigencia soviética, con respecto a las infundadas expectativas sobre la expansión acelerada de la revolución mundial.
 
A partir de ese momento (1927), empezaría a prevalecer en la política exterior de la URSS, lo que Hobsbawm denomina como “el predominio de los intereses de Estado por encima de los ideales revolucionarios” (incluyendo, el ideal de la expansión de la revolución mundial) (12).  
 
En el abordaje detallado de tales acontecimientos referidos al primer gran esfuerzo insurreccional del movimiento revolucionario chino, Hobsbawm emplea varias páginas para explicar algunas de las razones por las cuales se produce el fracaso de la táctica china de la guerra de guerrillas (en parte, asimilada de la experiencia de Sandino, de quien Mao era un gran admirador), críticas que más adelante, al analizar los movimientos revolucionarios armados de América Latina durante los años 60s y 70s,  Hobsbawm vuelve a reiterar (13).
 
Algunas conclusiones provisionales
 
Tras lo dicho en esta parte, se evidencian al menos 3 factores de peso que incidieron de manera directa en el drástico aminoramiento de los efectos e influencia la primera oleada de la revolución mundial en los años 20; el pronunciado sectarismo del movimiento comunista internacional; las tendencias moderadas del movimiento obrero y socialista europeo, que facilitaron su cooptación por parte de los gobiernos de derecha (moderación de las masas que indudablemente tenía que ver con el cansancio derivado de las muertes y penurias ocasionadas a millones de personas durante y después de la Primera Guerra Mundial); y en tercer lugar, la comprensión por parte de la dirigencia de la URSS (sobre la base de sus sostenidos fracasos en los intentos por “exportar revoluciones”), de que debía concentrarse en la reconstrucción de la nación antes que dilapidar sus escasos recursos en una utópica “revolución mundial” que no terminaba de cuajar en ninguna parte.
 
Es muy posible que a partir de los años 30, la nueva dirigencia soviética, encabezada ahora por Stalin, más pragmática, burocrática e incluso corrupta, haya comprendido que de todas formas la enorme influencia moral e impacto psicológico alentador sobre las fuerzas revolucionarias del mundo, iba a ser desde ese momento en adelante, el principal aporte a la humanidad del siglo XX.  
 
Y realmente no podía ser de otra manera. Desde los inicios de la década de los treinta, gigantescas tareas esperaban a la Revolución de Octubre y su Estado soviético: sacar a un enorme país del atraso medieval hasta convertirlo en una potencia mundial; luchar contra el demonio del fascismo internacional; ser de nuevo protagonista de primera línea en una Segunda Guerra mundial; ponerse a la par en una cerrada competencia científica, tecnológica y en desarrollo económico social con los EEUU, su gran enemigo durante décadas de “guerra fría”.
 
Sobre el análisis global de estas fases históricas abordadas por Hobsbawm seguirán los próximos capítulos.
 
Notas:
 
1.     De hecho, está plenamente documentado que Sandino era por sobre todo un líder nacionalista, que no compartía las idea leninistas ni del comunismo internacional, una de las razones por las cuales Farabundo Martí, quien inicialmente había apoyado la causa de Sandino, en cierto momento tomó distancia de él.
2.     Como se sabe, las gestas estudiantiles de Córdoba pronto se transformaron en una oleada latinoamericana en pro de la autonomía universitaria. Hobsbawm atribuye los movimientos estudiantiles (y luego sindicales) de Córdoba a una repercusión directa del triunfo de la revolución bolchevique en 1917 (Op. cit, p. 73), planteamiento que no está exento de cuestionamientos. Un estudio más detenido al respecto daría nuevas luces.
3.     Los diez días que estremecieron el mundo” fue el título que el periodista norteamericano John Reed dio a su famosa película, que hablaba de la revolución mexicana y rusa, acontecimientos que él cubrió personalmente y que se produjeron de manera casi simultánea. Ver: Hobsbawm, Op. cit, p. 63.
4.     Al respecto, Hobsbawm literalmente expresa: “Paradójicamente, esa conquista casi total de la tradición revolucionaria social se produjo en un momento en que la Comintern había abandonado por completo las estrategias revolucionarias originales de 1917-1923…” (…) “A partir de 1935, en la literatura de la izquierda crítica abundarían las acusaciones de que los movimientos de Moscú descuidaban, rechazaban o incluso traicionaban las oportunidades de promover la revolución, porque Moscú ya no la deseaba” (Op. cit, p. 82).
5.     En la Europa central y capitalista (de viejo y tradicional cuño anti-socialista), después de la revolución bolchevique de 1917, donde no surgió la contrarrevolución salvaje del fascismo surgió la moderada y anticomunista socialdemocracia, siendo los auténticos movimientos socialistas o comunistas solamente fuerzas marginales. Hobsbawm lo refleja de esta manera: “Los primeros gobiernos socialdemócratas o de coalición se constituyeron en 1917-1919, en Suecia, Finlandia, Alemania, Austria, Bélgica, a los que siguieron, pocos años después, Gran Bretaña, Dinamarca y Noruega. Muchas veces olvidamos que la moderación de esos partidos era en gran parte una reacción al bolchevismo…”) (Op. cit, p. 90).   
6.     Ibid, p. 81.
7.     Hobsbawm lo expresa de la siguiente manera: “Aunque el año 1919, el de mayor inquietud social en Occidente, contempló el fracaso de los únicos intentos de propagar la revolución bolchevique, y a pesar de que en 1920 se inició un rápido reflujo de la marea revolucionaria, los líderes bolcheviques de Moscú no abandonaron, hasta bien entrado 1923, la esperanza de ver una revolución en Alemania” (Ibíd., p. 76).
8.     La marginación de los movimientos obreros socialdemócratas y del movimiento socialista simpatizante con la revolución rusa la explica Hobsbawm de la siguiente manera “Fue, por el contrario, en 1920 cuando los bolcheviques cometieron lo que hoy se nos parece como un error fundamental, al dividir permanentemente el movimiento obrero internacional. Lo hicieron al estructurar su nuevo movimiento comunista internacional según el modelo del partido de vanguardia de Lenin, constituido por una élite de “revolucionarios profesionales” con plena dedicación…” (Ibíd., p. 76).
9.     (…) “la reacción derechista no fue una respuesta al bolchevismo como tal, sino a todos los movimientos, sobre todo los de la clase obrera organizada, que amenazaban el orden vigente de la sociedad, o a los que se podía responsabilizar de su desmoronamiento. Lenin era el símbolo de esa amenaza, más que su plasmación real. Para la mayor parte de los políticos, la verdadera amenaza no residía tanto en los partidos socialistas obreros, cuyos líderes eran moderados, sino en el fortalecimiento del poder, la confianza y el radicalismo de la clase obrera, que daba a los viejos partidos socialistas una nueva fuerza política y que, de hecho, los convirtió en el sostén indispensable de los estados liberales. No fue simple casualidad que poco después de concluida la guerra se aceptara en todos los países de Europa la exigencia fundamental de los agitadores socialistas desde 1889: la jornada laboral de ocho horas” (Ibíd., pp. 131-2).      
10. Ibíd., p. 76.
11. Ibíd., p. 76.
12. Ibíd., p. 79.
13. Alejamiento de los grandes centros poblacionales, insuperables dificultades para evadir el control estatal incluso en las zonas más remotas, fuerte dependencia de la logística y apoyo externo, dificultades de las fuerzas guerrilleras para sustraerse a las contradicciones y conflictividades internas que se producen en el campo, son algunos de los factores que Hobsbawm identifica en el fracaso de la táctica de guerra de guerrillas durante la primera insurrección en China y en muchas otras partes del mundo (Ibíd., pp. 77-8 y ss.).
 
Sergio Barrios Escalante
Científico Social e Investigador. Escritor y Narrador. Editor de la Revista virtual Raf-Tulum. Activista por los derechos de la niñez y adolescencia a través de la Asociación para el Desarrollo Integral de la Niñez y Adolescencia (ADINA). Autor del libro “La Falsa Denuncia”.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/165026
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