Elecciones y disputas por el cambio en Colombia

La posibilidad del triunfo del Pacto Histórico en primera vuelta está en manos de la propia coalición progresista. En caso de una segunda vuelta, el Pacto ya no dependerá de sí mismo, sino de alianzas y coaliciones con el centro político, en un escenario mucho más riesgoso e incómodo.

31/03/2022
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  • Análisis
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El proceso electoral colombiano del 2022 se desarrolla en dos momentos: una elección parlamentaria y de internas en las coaliciones presidenciales, realizadas el pasado 13 de marzo, y la elección presidencial que se realizará el 29 de mayo con un ballotage el 19 de junio, si nadie gana con más del 50%. Es una larga campaña, marcada por una presión y una expectativa política particular. Y no es para menos: dos proyectos de país están en disputa, uno representado por la continuidad con seis candidaturas que están dentro del bloque de poder neoliberal (con algunos matices, claro está), y otro proyecto que representa a la diversidad de fuerzas sociales y políticas reunidas en torno al cambio político, que puede definirse como de transición hacia una democracia abierta, en la que se condensan los anhelos de paz anclados en las luchas populares desde la década pasada, así como las demandas que desataron la creciente movilización social que tuvo un punto de ebullición en abril del 2021.

 

Se trata de unas elecciones que muestran el agotamiento del sistema político colombiano, derivado de la estrecha democracia impuesta por el bloque de poder. En los debates en torno al Acuerdo de Paz entre el Estado y las FARC, era clara la necesidad de una apertura política que resolviera una parte del problema social del país, desoída por el uribismo, que prefirió dedicar todos sus esfuerzos a hacer trizas tal posibilidad. La solución política del conflicto armado sigue siendo la base para discutir la democratización de la sociedad, que constituya un Estado orientado a resolver los problemas de la mayoría, y no capturado por una minoría burocrática enriquecida con los recursos públicos, por vía de la corrupción y por el excedente entregado por el poder económico en los contratos. El posible arribo del Pacto Histórico al gobierno significaría comenzar a poner fin a una casta neoliberal que usa para sí el Estado, mientras exige achicarlo para las mayorías.

 

No sólo es un problema de representación en el sistema político, aunque es un asunto importante a resolver. Lo que existe, de fondo, es una crisis del modelo neoliberal. Su desastre social y económico arrastró a las calles a los sectores más golpeados por la pauperización de las condiciones de vida en Colombia, quienes también expresaron su inconformidad en las recientes elecciones. Ningún candidato del bloque de poder se anima a defender abiertamente el neoliberalismo. Tratan de usar en cambio frases vacías como “prosperidad”, “emprendimiento”, “esfuerzo”, o frases de negación del contrario como “populismo”, “castrochavismo”, “expropiación”, pero nada por fuera de las políticas neoliberales. Se niegan a reformar el sistema de salud, que entrega todo el presupuesto nacional a las empresas privadas. Y mucho menos a resolver el duro problema pensional (sólo el 40 % de las y los trabajadores llega a pensionarse). Tampoco quieren poner en marcha la reforma rural integral, un problema postergado y central para el país.

 

Hay un cisma en la política colombiana que sólo puede dimensionarse como un avance cualitativo. Resaltan los nuevos liderazgos del Pacto Histórico, algunos de la Alianza Verde y quienes llegaron al Congreso por la Circunscripción Especial y Transitoria de Paz, que llevó a integrantes de movimientos sociales (no todos, dado cerca de 8 de los 16 son parte de partidos de derecha e incluso victimarios). Como se verá a continuación, los resultados de las elecciones parlamentarias mantienen vigorosas a las formaciones políticas de derecha, con todos sus matices y divisiones. Quien llegue a la presidencia deberá negociar con las seis bancadas de derecha, que pueden sumar mayorías tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes. Por otra parte, la contienda electoral y la posibilidad de cambio no motiva a los sectores abstencionistas. Así lo muestra la abstención del 13 de marzo que llegó al 53%, dos puntos más que en las mismas elecciones parlamentarias en 2018. Esto puede obedecer a la desfavorabilidad del Congreso que asciende al 82%, según lo reportan estudios demoscópicos.

 

La victoria del progresismo en Colombia habilita al menos tres posibilidades para América Latina y el Caribe: 1) la reactivación económica de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), en un declarado contrapeso a la languideciente Alianza del Pacífico; 2) el fortalecimiento de una alianza regional que comparta criterios democráticos y promueva intercambios entre pares, por ejemplo con Chile, México, Argentina y Perú. Sin embargo, la manifiesta vocación de Gustavo Petro de pensar en y para Latinoamérica no se traducirá necesariamente en un revival de esquemas de integración regional como UNASUR; y 3) mejores condiciones para el desarrollo de una transición energética que inicie el proceso de descarbonización, algo en lo que sus aliados en el continente tienen poca iniciativa y fuertes condicionantes económicos.

 

Los vínculos con Estados Unidos merecen una atención particular. Por lo pronto se sabe que Petro mantiene diálogo con el sector del Partido Demócrata liderado por Bernie Sanders, lo cual supone un puente con la actual gestión, aunque condicionado por sus internas. Por otra parte, la necesidad de abrir un diálogo bipartidista se hará notar al interior de la coalición del Pacto Histórico, de modo que los integrantes provenientes del Partido de la U y el Liberal serán pivotes en las tradicionales agendas de seguridad y asistencia extranjera, especialmente con el poder legislativo de la potencia norteamericana. En tal sentido, un desafío será cambiar las prioridades y el enfoque de algunos temas en desarrollo como el problema de las drogas ilícitas y su producción.

 

Análisis de los resultados del 13 de marzo

 

En la jornada se llevaron a cabo elecciones parlamentarias, más la consulta presidencial de tres coaliciones políticas que abarcan múltiples posiciones del espectro ideológico: Equipo por Colombia (derecha), Centro Esperanza (centro) y Pacto Histórico (progresismo-izquierda). En lo formal, la jornada se caracterizó por lo mismo que en las contiendas realizadas durante las últimas dos décadas: alta abstención, compra de votos, intervención de grupos paramilitares en zonas rurales y fallas logísticas del órgano electoral. Aunque se esperaba una mayor participación que en otros años, de los 38,8 millones de colombianos y colombianas convocadas para elegir sólo acudieron 18 millones que representan 46,45% del padrón, mientras que en 2018 participaron 48,85%1.

 

La consulta presidencial, aunque era optativa, tuvo centralidad y protagonismo porque operaba como el inicio de las elecciones presidenciales del próximo 29 de mayo, en las que hay mayor interés social y una escalada confrontación de proyectos políticos. Para el caso de las consultas, la participación total fue de 11,7 millones, apenas una participación de 30,18%. Un asunto que muestra debilidades estructurales del sistema político, de la relación de las formaciones políticas con la sociedad y un notorio (y problemático) desinterés en participar. Lo anterior abona a la tesis de crisis de representación y democracia restringida, pero también denota otros aspectos del orden político: debilidad de los partidos, ausencia de trabajo territorial, predominancia de la comunicación política digital, y una enorme apatía que no logra romperse ante la propuesta del cambio (por ejemplo, en el exterior viven 6,5 millones de colombianas y colombianos y sólo votaron 280 mil).

 

Las elecciones parlamentarias se vieron enlodadas por consecutivos errores del organismo electoral. Desde el comienzo del calendario electoral se advirtieron fallas que podrían derivar en delitos electorales y en el favorecimiento de algunas candidaturas, como por ejemplo al no producirse la identificación de las y los electores. Ante las reclamaciones, el Registrador Alexander Vega invitó a los partidos que tuvieran dudas en el proceso electoral a no presentarse, demostrando una vez más el talante restrictivo de la democracia actual.

 

En el preconteo o conteo rápido el sistema de testigos electorales del Pacto Histórico detectó una enorme anomalía: en 29 mil de las 113 mil mesas no se registraron votos para su formación política, lo que constituía una alta improbabilidad estadística por la enorme votación obtenida. En el escrutinio judicial iniciado el 14 de marzo, los jueces de la República encargados del escrutinio y la defensa jurídica del Pacto Histórico encontraron 400 mil votos en esas 29 mil mesas, que significaron tres senadores y dos representantes más para esa colectividad. ¿Se trató de un fraude que salió mal? Finalmente el Pacto logró defender sus votos y la derecha uribista salió a denunciar un fraude del progresismo, en un escenario propio de un mundo al revés. De todos modos fue una maniobra peligrosa que puede repetirse en las elecciones presidenciales y desatar un huracán.

 

El termómetro de la consulta presidencial


Gustavo Petro se consolidó como el ganador indiscutido y demuestra capacidad de liderar una coalición capaz de llegar al gobierno. El Pacto Histórico es una fuerza naciente de unidad progresista, de izquierda y popular, que obtuvo 5,8 millones de votos (47,5% del total). En ese marco se consolidó la emergencia de una nueva líder política, Francia Márquez, hoy candidata a la Vicepresidencia, quien obtuvo 783 mil votos, más que Sergio Fajardo y los demás candidatos de la derecha, salvo Federico Gutiérrez. Es destacable el crecimiento del proyecto progresista, ya que en la consulta de 2018 Petro compitió con Carlos Caicedo (hoy gobernador del Magdalena) obteniendo 2,83 millones, un poco más de la mitad de sus votos el pasado 13 de marzo, 4,48 millones.

 

Federico Gutiérrez, exalcalde de Medellín, ganó la consulta interna de la coalición de derecha, Equipo por Colombia. De los 4,1 millones de votos obtenidos por esta coalición, (34,02% del total de las coaliciones), Gutiérrez recibió 2,1 millones, dejando rezagados a los demás competidores: Alex Char (empresario liberal), David Barguil (del Partido Conservador), Aydeé Lizarazo (evangelistas) y Enrique Peñaloza (Partido de la U). Gutiérrez ganó con el apoyo del partido uribista Centro Democrático, quien llamó a sus bases a apoyarlo en bajo tono y sin declaraciones oficiales. Un día después de las elecciones internas, el candidato uribista Oscar Iván Zuluaga, declinó y adhirió a la campaña del Equipo por Colombia. No cabe duda que Gutiérrez es el elegido por Uribe para enfrentar estas elecciones y que cuenta para eso con el apoyo del presidente Iván Duque.
 


Sergio Fajardo ganó la interna de la coalición Centro Esperanza, que obtuvo una baja votación, 2,2 millones de votos (el 14,43 % de los votos totales de las coaliciones), en una reñida competencia con Carlos Amaya de la Alianza Verde y Juan Manuel Galán del Nuevo Liberalismo. Esta candidatura se muestra menos competitiva, y sus electores podrían optar por un voto útil en la primera vuelta. La elección de un hombre ligado al Partido Liberal, Luis Gilberto Murillo, como formula vicepresidencial, lo aleja del progresismo feminista, que estuvo en algún momento cercano a esa coalición. Federico Gutiérrez optó por otro hombre, Rodrigo Lara Sánchez, exalcalde de un municipio del sur del país e integrante de la Alianza Verde, lo que terminaría de debilitar a la coalición Centro Esperanza.

 

Gustavo Petro y Francia Márquez ocupan el escenario central de la campaña, e inician así con una muy buena base electoral. El triunfo del Pacto Histórico, que sumó el 47,55% de los votos totales de las coaliciones (11.708.058) así lo indica. La disputa presidencial llamará la atención de un sector del electorado abstencionista en las parlamentarias. En el 2018 votaron cerca del 12% más que en las presidenciales, un porcentaje que puede hacer la diferencia para las candidaturas y llevar al Pacto Histórico a lograr la hazaña que se propuso: ganar en primera vuelta. El Equipo por Colombia cuenta con un 34,02%, con el apoyo uribista y con los recursos del Estado dispuestos por Iván Duque. La coalición derechista tratará así de consolidar un escenario de ballotage, donde sienten que pueden reunir los apoyos de toda la derecha y del centro para derrotar la formula Petro-Francia, repitiendo el escenario del 2018. Pero, como hemos venido indicando, el escenario político no es el mismo, dado Gutiérrez canjeó apoyos a cambio de cargar el lastre del gobierno más impopular de los últimos cuarenta años. No será fácil, pero hay razones para pensar en un triunfo del Pacto Histórico.

 

La distribución de fuerzas en el Senado y la Cámara de Representantes

 

En un escenario de alta fragmentación en el congreso, el Pacto Histórico fue la novedad, ascendiendo como primera fuerza nacional con 19 senadoras y senadores y 31 representantes a la Cámara. No obstante, el objetivo trazado en su origen era conseguir la mayoría propia en ambas cámaras (55 en senado y 88 en cámara, de lo cual quedó lejos), lo que le complicará liderar iniciativas progresistas sin acuerdo con sectores de otras coaliciones. En general se puede asegurar que primaron las maquinarias electorales, los clanes políticos regionales, el clientelismo y las empresas electorales unipersonales, síntomas de la inexistencia de partidos en un sentido orgánico del término. Más allá de la gran expectativa puesta en el Pacto Histórico como propuesta de cambio, no hay que minimizar que en ambas cámaras haya superado el número de congresistas que obtuvo el Partido Conservador, una organización de estructura nacional y afincada territorialmente.El Partido Liberal, por su parte, ratificó ser una fuerza con estructura electoral, aunque carezca de liderazgos políticos para encarar aspiraciones presidenciales. Los liberales sumaron un senador y perdieron tres representantes a la Cámara, lo que indica un balance positivo por cuanto siguen siendo el partido con más representantes en la Cámara Baja (aunque en el total nacional el Pacto Histórico sumó más votos).

 

La coalición Centro Esperanza renovó figuras, pero tuvo una tímida performance en la disputa por las bancas del Congreso. Esta coalición apenas sumó tres senadores y al ir disgregados en la Cámara, solo la Alianza Verde sumó dos representantes (más otros tres en coalición con el Pacto Histórico), mientras el Nuevo Liberalismo que acompaña ese proyecto entró con uno.

 

El mayor perdedor fue el Centro Democrático, quien perdió cinco bancas en el Senado y 16 en la Cámara, seguido por Cambio Radical con cuatro y 14 respectivamente. El Partido de la U también perdió, aunque con menor estridencia en el senado donde deja dos bancas. Sin embargo en la Cámara abandonarán 10 curules. Los dos partidos cristianos que esta vez fueron en coalición perdieron dos senadores, 1 cada fuerza, pero en la Cámara Colombia Justa Libres sumó dos con otras coaliciones y el partido MIRA otros dos.

 

Nuevo congreso y nuevas alianzas

 

El mapa de la votación corrobora que los puntos de mayor movilización social durante las protestas de 2019 y 2021 respaldaron la propuesta alternativa. Se destaca la llegada de nuevos liderazgos regionales a la Cámara de Representantes y el triunfo del Pacto Histórico en algunos distritos especialmente esquivos para el progresismo y la izquierda, como Antioquía, Cundinamarca y el Valle. Esta renovación no es tan notoria en el Senado, y el parlamento que iniciará su legislatura el próximo 20 de julio con nuevas figuras del progresismo y la izquierda, tendrá como principal característica la atomización de fuerzas políticas, que condicionará el necesario debate por las reformas que propone el Pacto Histórico -si llega a la presidencia- y lo dejará en minoría si pierde la contienda presidencial.

 

En el Senado la distribución de la votación favoreció a la coalición que lidera Gustavo Petro con 19 bancas, tomando una ventaja importante, pero insuficiente para gobernar con solvencia en un eventual triunfo del Pacto Histórico. Sumando las agrupaciones de izquierda y progresistas, el Partido Comunes (5 bancas) y la Coalición Centro Esperanza (13), dos de sus posibles aliados para impulsar leyes, no logran mayoría en la cámara alta (55), lo que supone traccionar a sectores del Partido Liberal y tejer alianzas con integrantes “moderados” de los otros partidos.

 

Camino a la primera vuelta

 

Los resultados definieron nuevos contornos para la competencia por la presidencia, ratificando a Gustavo Petro y a Francia Márquez como el binomio presidencial favorito. Aunque el resultado de la consulta no indica con claridad que se pueda ganar en primera vuelta, sí redefine el camino y el marco de alianzas para una victoria el 29 de mayo, dado que muchos ciudadanos y políticos quieren adherir al virtual ganador. La campaña empieza de vuelta, con nuevos horizontes, otras posibilidades y un panorama más claro. Es necesario convocar a la sociedad, a la dirigencia política municipal, a los liderazgos políticos regionales, interpelar a la ciudadanía que aún no está convencida, que tiene temor al cambio, pero que está cansada del estado actual del país. Emprender un diálogo nacional con distintos sectores, en medio del ruido de las empresas de comunicación, las fake news y la acción disuasiva de las fuerzas estatales (por ejemplo, el miedo por atentados y los ruidos de sables).

 

La candidatura de Federico Gutiérrez de la coalición Equipo por Colombia, representa al desesperado establishment que no está dispuesto a perder el control del gobierno, ni compartir el funcionamiento del Estado. Gutiérrez cuenta hoy con el respaldo de fuerzas políticas tradicionales con importante estructura clientelar para movilizar votos, entre las que figuran Cambio Radical, el Partido Conservador, el Partido de la U, MIRA-Colombia Justa Libres (dos partidos de colectividades cristianas) y ahora, aunque duramente golpeado, el Centro Democrático (todos los que actualmente integran la coalición de gobierno). Aun así, esta coalición es insuficiente para superar a Petro en la primera vuelta. Por eso, como ya se advirtió, su estrategia es forzar un ballotage y sumar todos los votos de las derechas. Por último, la decaída candidatura de Sergio Fajardo tras su pírrica victoria y con las públicas fisuras de la Coalición Centro Esperanza, tratará de restar votos al Pacto Histórico, en una estrategia usada en 2018 con el propósito de recuperarse y tratar de colarse en segunda vuelta. Este es un escenario improbable, aunque en la política nadie está vencido de antemano.

 

Las otras candidaturas (Rodolfo Hernández, Ingrid Betancourt, Luis Pérez, Milton Rodríguez y Enrique Gómez) no tienen viabilidad en este contexto tan competitivo impuesto por las coaliciones. Por su perfil antipolítico, Rodolfo Hernández (11% en las encuestas) podría enfocarse a restarle votos al Pacto Histórico, aunque su origen y pensamiento sean de derecha. Lo mismo intentará Ingrid Betancourt (2% en las encuestas), hoy más cercana al uribismo que a cualquier expresión democrática. Los otros candidatos no superan el margen de error en las encuestas, y jugarán el papel de saboteadores (salvo Luis Pérez) en los debates y apuntarán en contra de Gustavo Petro.

 

El escenario del triunfo del Pacto Histórico en primera vuelta está en manos de dicha coalición. Deberán para eso hacer los deberes con método, estrategia y convicción, sin cometer errores, así como lograr el diálogo con los sectores indecisos, asegurar la movilización del voto convencido y desplegar 113 mil testigos electorales, para que en cada una de las mesas de votación haya una defensa acérrima de cada voto. La derecha, por su parte, tiene una tarea relativamente más sencilla, que es atacar a Gustavo Petro y a Francia Márquez, bajar los recursos para pagar la estructura clientelar y promover el error en las filas progresistas.

 

En caso de una segunda vuelta, el escenario no será tan cómodo para la derecha. En ese caso el Pacto Histórico ya no dependerá de sí mismo, sino de las adhesiones que pueda consolidar con la coalición Centro Esperanza y de movilizar esfuerzos para capturar los votos de los demás candidatos. Es será el escenario más incomodo y riesgoso de todos.

 

1Considerando las elecciones al Congreso desde 2002 en adelante, el promedio de participación es de 44,55%. No obstante, la participación en elecciones presidenciales en sensiblemente mayor, alcanzando un 53,38% en la primera vuelta de 2018 y 53,04% en el ballotage.

https://www.alainet.org/es/articulo/215232
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