Si no creyera en otro mundo, no podría respirar

02/10/2020
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Refugees 4 [Refugiadxs 4], 2015.
Foto: Liu Xiaodong (China)
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Aquí hay una historia que condensa la terrible situación de nuestro mundo: periodistas de Associated Press estaban en un barco de la guardia costera turca que recogió a 37 migrantes, incluyendo 18 niñxs, de dos balsas salvavidas naranjas en el mar Egeo el 12 de septiembre. Lxs refugiadxs eran de Afganistán, un país que sufre una guerra interminable. Uno de ellxs, Omid Hussain Nabizada, dijo a lxs periodistas que las autoridades griegas los retuvieron en Lesbos, los pusieron en las balsas y los enviaron al mar turbulento. Los dejaron morir.

 

Desde el 1 de marzo, Grecia suspendió el derecho de lxs refugiadxs a pedir asilo, y las autoridades lxs han colocado en campamentos improvisados. El Centro de Recepción e Identificación de Moria en Lesbos (Grecia) fue construido para albergar a 3.500 personas, pero en su momento más álgido recibió a 20.000 (debido a la pandemia, la población fue reducida a 12.000). Cuatro días antes de que Nabizada y otrxs fueran rescatadxs del mar Egeo, se produjo un incendio en el campamento de Moria. Alrededor de 9.400 personas perdieron sus hacinados refugios. Este campamento fue construido en 2015 para albergar por un corto período a migrantes que iban hacia Europa desde Afganistán, Siria y otras áreas donde Occidente ha perpetuado muchas guerras.

 

Cuando los otros países europeos comenzaron a cerrar sus puertas a lxs refugiadxs, Grecia se convirtió en el tapón de Europa: lxs refugiadxs se quedaron atrapados en lugares como Moria.

 

En agosto, el motor de un barco explotó frente a la costa de Zuwarah (Libia), matando a 45 refugiadxs de Chad, Mali, Ghana y Senegal. Afortunadamente, 37 personas sobrevivieron a la explosión. Fue un recordatorio de que el paso de refugiadxs por el Mediterráneo no ha cesado. De hecho, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) dijo que en 2020 se ha triplicado el tráfico de refugiadxs en Italia y Malta en comparación con 2019. A pesar de la pandemia, las cifras de esos desplazamientos de personas no han disminuido.

 

Durante el Gran Confinamiento, los vuelos prácticamente se vaciaron en todo el mundo, pero los botes de goma y los viejos camiones continúan transportando una gran cantidad de personas empobrecidas en busca de una vida mejor.

 

 

En 2018, un estudio del Banco Mundial mostró que la mitad de la población mundial —3.400 millones de personas— vive bajo la línea de pobreza, una cifra que aumentó durante la pandemia. El Banco usó el criterio de que una persona que gana menos de 5,5 dólares al día es pobre. A lo largo de la última mitad del siglo, los Estados han privatizado progresivamente la prestación de servicios sociales esenciales, como educación, cuidado infantil, atención de salud, sanidad y vivienda. Estos costos sociales ahora son asumidos por personas con medios de subsistencia escuálidos. Es por eso que, en 2006, el economista Lant Pritchett sugirió elevar el umbral para medir la pobreza a 10 dólares diarios. Pero incluso a ese nivel, es simplemente imposible cubrir los costos básicos en una sociedad privatizada. No obstante, basándose en ese umbral, Pritchett publicó un artículo importante que planteaba que el 88% de la población mundial vive en la pobreza.

 

El peso brutal del Gran Confinamiento durante la pandemia ha empeorado las condiciones sociales y económicas de la gran mayoría de la población mundial. En junio, el Banco Mundial estimó que aproximadamente 177 millones de personas caerán en la “pobreza extrema”, la primera caída de esta envergadura en treinta años. La mitad de las personas que caerán bajo la línea de pobreza debido a la pandemia estarán en Asia del Sur, mientras un tercio estará en el África subsahariana.

 

Un nuevo estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) muestra que lxs trabajadorxs del mundo han perdido 10,7% de sus ingresos en los primeros nueve meses de 2020, lo que equivale a una pérdida de 3,5 billones de dólares. La clase trabajadora de los países más pobres se llevó la peor parte, con pérdidas de alrededor de 15% de sus ingresos, mientras lxs trabajadorxs en los países más ricos vieron pérdidas del 9%. La OIT observó constantes reducciones del empleo en los dos primeros trimestres del año, y todos los indicadores apuntan a que estas pérdidas continuarán en lo que queda de año, si no de manera permanente.

 

Migrantes como Omid Hussain Nabizada dejan sus hogares donde el empleo ha colapsado y se embarcan en peligrosos viajes. Si sobreviven el tránsito, en el mejor de los casos consiguen un empleo menor (si logran conseguir empleo), ganan una miseria, guardan ese dinero y lo envían a casa. En 2019, lxs migrantes enviaron 554.000 millones de dólares en remesas a sus familias en sus países de origen. Tales países —como Haití, Tayikistán y Kirgistán— dependen de esas remesas para más de un cuarto de su Producto Interno Bruto (PIB). En abril de 2020, el Banco Mundial previó “la mayor caída de remesas de la historia reciente”, que se reduciría en un 19,7% a 445.000 millones. Esta caída, junto al descenso de la inversión extranjera directa y el colapso de las exportaciones en gran parte del Sur Global, ya creó peligrosos problemas de balanza de pagos en muchos países.

 

La negativa de los ricos tenedores de bonos (Club de Londres) y de los países que los apoyan (Club de París), a permitir la cancelación de la deuda o incluso una suspensión real de la misma, ejerce una presión enorme sobre esos Estados, así como sobre las familias que perderán una importante fuente de ingresos.

 

La falta de servicios básicos —especialmente de atención sanitaria en medio de esta pandemia— creará problemas más profundos. En 2017, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud advirtieron que la mitad de la población mundial no tenía acceso a servicios esenciales de salud y que, cada año, 100 millones de personas caen en la pobreza por falta de recursos para pagar los costos de la atención sanitaria. Esta cifra es conservadora, ya que solo en India —de acuerdo a la encuesta nacional sobre consumo social— 55 millones de personas se han empobrecido debido a los costos de la salud en 2011-12. Esa advertencia no fue atendida.

 

El 10 de septiembre de 2020, el Día Mundial de Prevención del Suicidio, el director general de la OMS, el Dr. Tedros Ghebreyesus, nos recordó que cada cuarenta segundos alguien muere en alguna parte por un suicidio. Notablemente, señaló que los medios con los cuales muchas personas cometen suicidio deben mantenerse lejos de la gente, “incluyendo pesticidas y armas”. La mención de los pesticidas apunta a la epidemia de suicidios en la India rural, donde cientos de miles de campesinxs y trabajadorxs agrícolas han terminado con sus vidas, como fue revelado en una serie de potentes reportajes publicados por el Instituto Tricontinental de Investigación Social, realizados por P. Sainath, uno de sus miembros senior. La Oficina Nacional de Registros Criminales de India mostró que en 2019 —antes de la pandemia— uno de cada cuatro suicidios fue cometido por jornalerxs. Esas son las personas más golpeadas por la pandemia y el Gran Confinamiento. Deberemos esperar al informe del próximo año para poder observar integralmente el profundo impacto social sobre campesinxs, trabajadorxs agrícolas y jornalerxs, todxs quienes se verán perjudicadxs por los tres proyectos de ley proagroindustrias que el gobierno indio impuso a la población este mes.

 

 

La semana pasada, el periodista extranjero Andre Vleteck (1962-2020) murió en Estambul. Hace unos años, Andre me presentó al cantautor cubano Silvio Rodríguez, particularmente su canción “La maza”. Aquí van algunas líneas de Silvio, en honor a Andre:

 

Si no creyera en lo que creo
Si no creyera en algo puro

Si no creyera en cada herida

Si no creyera en lo que duele
Si no creyera en lo que quede
Si no creyera en lo que lucha

 

¿Qué cosa fuera?
¿Qué cosa fuera la maza sin cantera?

 

El mayor tirano de nuestro tiempo es el sistema social que empobrece a la mayoría de los pueblos del mundo, como las personas que recientemente se ahogaron en el Mediterráneo, para que una pequeña minoría pueda vivir una vida lujosa. Si no creyera en otro mundo, no podría respirar.

 

Instituto Tricontinental de Investigación Social. Boletín 40 (2020)

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209162
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