El uso del deporte para la guerra: entre el águila y Prometeo
- Opinión
Desde Hitler a Franco, desde Videla a otros títeres más, muchas veces en la historia, la arena política asentó sus bases en canchas deportivas mundiales y, con eso, eventos alentadores de cooperación y celebración entre los pueblos, como las Olimpíadas, se frankensteinlizaron en disputas ideológicas tergiversadas con el rótulo del doping.
Doping es el uso de sustancias que potencializan, artificialmente, mejores rendimientos, agilidad, fuerza, volviendo comprensibles las razones de su prohibición, contra el injusto riesgo de poner en desventaja a los atletas exentos de estas sustancias. Lo que ni Einstein explica son los aires de relatividad que ese tema gana dependiendo del país que lo practique.
Eso conlleva a la percepción de que ni todo dopaje es desautorizado, principalmente si se trata de atletas estadounidenses, como indicó una filtración del grupo Fancy Bear que dio a conocer el uso de drogas ilegales por parte de las hermanas Serena y Venus Williams (tenistas) y Simone Biles (gimnasta). Esta última ganó cinco medallas, en Rio 2016, pese a la comprobación positiva de doping, no fue suspendida. La justificativa fue que Biles está incluida en el Programa de Exenciones de Uso Terapéutico (TUE), de la WADA (Agencia Mundial Antidopaje).
Tal programa es cuestionado hasta por anteriores miembros de la directiva de la WADA como el sueco Arne Ljungqvist, que fue vicepresidente de esta institución entre 2007 y 2013. En cuanto al permiso de sustancias proscritas a determinados deportistas, Ljungqvist refirió que: “Cuando se empezó a hablar de las excepciones terapéuticas, gente muy importante en la dirección del Comité Olímpico Internacional (COI) observó que si alguien estaba realmente tan enfermo como para necesitar tomar sustancias prohibidas no debería siquiera competir”.
El “dopaje legalizado” lleva a la indeleble característica de beneficiar a deportistas del occidente y, en especial, al norte de este hemisferio. A ejemplo, hay más de 200 deportistas de EEUU que fueron autorizados a usar sustancias prohibidas con propósitos terapéuticos. A este respecto, hace toda diferencia recordar las palabras del danés Michael Rasmussen (campeón mundial de ciclismo de montaña en 1999): “Una prueba puede fácilmente detectar la presencia de una sustancia, pero cuando tienes permiso para usarla es otra cosa. Todo se reduce a inventarte una lesión”.
Más allá de los holofotes proyectados en los escándalos de doping entre deportistas del Reino Unido, Kenia, Rusia o equipos de esquí nórdicos, no fue noticia la revelación de que Estados Unidos encabeza el ranking de naciones con más casos de dopaje y corrupción de acuerdo con los datos revelados por federaciones deportivas/prensa divulgados por el Movimiento para un Ciclismo Fiable (MPCC), en enero de este año.
Tampoco en ninguno de esos países fue determinada una sanción tan severa como lo que hicieron con la Federación Rusa de Atletismo donde el país entero, y no deportistas individualmente acusados, fue suspendido de toda competición internacional de atletismo. Todo esto, pese a que el Comité Olímpico Internacional no encontró ninguna prueba de la supuesta colaboración del Estado ruso con los casos de dopaje.
Aún sobre este hecho, también llama la atención que la investigación de la WADA haya empezado a partir del lanzamiento de un documental de una emisora alemana (ARD), donde consta como evidencia el testimonio de una pareja quienes declararon sobre el supuesto dopaje sistemático entre deportistas rusos. Y, por casualidad, esta pareja vive hoy en EEUU.
Otro sostenedor de la trama del “dopaje institucional” es Grigori Rodchenkov, quien fue el ex director del laboratorio antidopaje de Moscú e informante de la WADA. Con una orden de arresto en Moscú por tráfico ilícito de sustancias estimulantes, Rodchenkov se trasladó a EEUU, donde se encuentra bajo la protección del FBI.
Tras la readmisión de Rusia, por la WADA, al plano deportivo internacional, el presidente de la USADA (Agencia Antidopaje de Estados Unidos), Travis Tygart, sigue instando a las entidades olímpicas a la suspensión de Rusia sin ninguna fundamentación que no sea el puro rancio político. Su entusiasmo en acusar la nación eslava de presentar “niveles alucinantes de corrupción”, sólo es equiparable a su alucinante cinismo, siendo quien representa la agencia antidoping del país que más presentó casos de doping y está en la cima de los casos de corrupción inmiscuidos en arreglos de partidos y negligencia financiera (recordando lo divulgado por el MPCC).
Inevitable no pensar en todo esto como un juego sucio y la reedición de la Guerra Fría camuflada hoy en uniformes deportivos. Y para tanto la industria cultural no podría quedar fuera, el año pasado premió al Óscar de mejor documental a “Icarus”, de Bryan Fogel, sobre especulaciones de dopaje en el deporte ruso.
Y cuando uno piensa que ya vio de todo lo que la manipulación más explícita es capaz, viene la WADA, y te sorprende, con una propuesta de reforma donde se volvería este organismo “autónomo” de cualquier jurisdicción olímpica, o sea, un ente aún más propicio al influjo de otros actores en la guerra geopolítica en que algunos países quieren hacer también del deporte.
En ese contexto de instrumentalización del deporte para fines políticos, vale recordar que la antorcha erguida y recorrida durante las ceremonias olímpicas, porta el fuego que el titán Prometeo regaló a la humanidad, desafiando y despertando la ira de los Dioses.
Según la tragedia griega, el Titán hizo lo que hizo por una profunda esperanza en el potencial creativo del ser humano para hacer de esta llama “más que un instrumento”, un medio de progresar, en colaboración, y así disminuir los sufrimientos de nuestra especie.
Por su osadía, Prometeo fue encadenado a una roca, con la condena de todas las noches un águila comer su hígado, que volvía a crecer por su naturaleza inmortal. En esta historia hay un arquetipo de lo que vivimos hoy. Hay dos equipos en la cancha. Los que tuercen por Prometeo son los que todavía creen en la llama de la paz y amistad entre los pueblos, celebradas con el atletismo, donde la belleza del esfuerzo y unión representan naciones en sus más distintos colores y culturas. Donde demostración de vulnerabilidad también es acto de coraje, por ser preferible ante la perfidia.
Sin embargo, cada vez que se politiza el deporte, y se relativiza el test de doping para eso; cada vez que se engendran artimañas para que la Agencia Mundial Antidopaje se aleje de la legítima jurisdicción del Comité Olímpico Internacional para actuar con una pseudoautonomía, aislada de la credibilidad histórica de una instancia multilateral: se tuerce por el águila.
La reforma de la WADA viene a contemplar los vientos coyunturales de turno, coaccionados por intereses que alaban coronas de dólares, no de laurel. El águila que hoy devora el hígado del espíritu deportivo ¿Acaso es calva? ¿Acaso es americana?
-Este artículo ha sido publicado en la Revista El Derecho de Vivir en Paz.
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