México: Estilos de gobernar

03/06/2019
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No se puede juzgar al hombre político por el hecho

de que sea más o menos honesto, sino por el hecho

de que mantenga o no sus compromisos”.

A. Gramsci

 

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Fue don Daniel Cosío Villegas quien se refirió, en el caso de México, al estilo personal de gobernar. Eran los tiempos del monopolio del PRI, que llevaba la batuta desde 1929 (antes como PNR y PRM), y que se extendió, formalmente, hasta el 2000. Aunque fue dominante un solo proyecto de gobierno, emanado del movimiento revolucionario, cada presidente le imprimía, según su personalidad, su propio estilo, sin olvidar las circunstancias del momento.

 

Un estilo que pareciera contraponer, por ejemplo, a Lázaro Cárdenas con su sucesor, Manuel Ávila Camacho, por no mencionar Miguel Alemán. Y no se digan Carlos Salinas y Vicente Fox. Este estilo personal, ¿se refiere a su carácter o a su forma de administrar el poder? Por ejemplo, a Adolfo López Mateos (1958-1964), su don de gentes y afición por los automóviles no le impidió ejercer la mano dura cuando fue necesario, definiendo a su gobierno como “de izquierda dentro de la Constitución”.

 

¿Y el estilo personal de Andrés Manuel López Obrador? Son ya tradicionales sus conferencias diarias, las mañaneras, con la que establece la agenda –que replicarán y comentarán, a botepronto, los medios. Pausado, midiendo el peso de cada palabra, cuando alguien le rebate, contesta: “Yo tengo otra información”. Así, ha podido, en el primer semestre de gobierno, capotear a sus críticos de todos los tonos, englobándolos como conservadores.

En su lucha por la corrupción, vista como la raíz de los problemas del país, se transitó de la austeridad republicana (en el sentido juarista) al de la pobreza franciscana. Acudió al ya de por sí acotado (por los compromisos de la deuda) instrumento del gasto público, recortándolo y/o reasignándolo, en un espacio donde que las necesidades productivas y sociales rebasan los recursos disponibles. Una carrera, históricamente a contracorriente, contra el tiempo.

 

2

 

El tránsito del nacionalismo revolucionario al modelo neoliberal, en diciembre de 1982, con Miguel de la Madrid (y Salinas desde la Secretaría de Programación y Presupuesto), representó un golpe económico de Estado, lo que significa la virtual privatización del Estado. Aunque en la práctica se achicó, con el remate de las empresas públicas, nunca perdió su función de subsidiar al capital y, en caso extremo, de acudir a su rescate. Allí está el caso del Fobaproa, con el que se hipotecó el futuro de varias generaciones de mexicanos.

 

Aparentemente, habían cambiado las reglas del juego. Lo que interesaba era la modernización del régimen, para lo cual la clase capitalista jugó, desde entonces, un papel políticamente más activo. Situación que se apreció con mayor claridad en el año 2000, cuando el PAN llegó al gobierno. En el fondo, hubo continuidad de la política económica, de la férrea mano del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, bajo la supervisión del Banco de México. Sobre todo, lo que importa es la estabilidad monetaria y financiera; nuestra calidad –con estrellita en la frente— de buenos pagadores.

 

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Tanto el de Donald Trump como el de Andrés Manuel López Obrador, son dos maneras de practicar nacionalismo: uno ofensivo, bajo la doctrina del destino manifiesto (1823), expansionista hacia el oeste y el sur (la mitad de México engullida en 1847-48), que culmina, hoy, con el intento de restablecer la grandeza de América, que así, en corto, se denominan los vecinos del norte, expropiándose (no sólo) un apelativo que pertenece a todo un continente. El ejecutivo de un banco internacional establece como una señal de incertidumbre para los mercados los tuits del actual inquilino del Casa Blanca.

 

El magnate inmobiliario, de familia de migrantes, hace de México un chivo expiatorio de los males de la economía y sociedad estadunidenses, en cuanto a pérdida de empleos y consumo de estupefacientes. Un presidente que no dejado de estar en campaña permanente (busca la reelección el primer martes de noviembre de 2020), en plena ratificación del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC), un TLCAN plus, que impone aranceles a productos madeinmexico, de cinco por ciento mensual, si no disminuye el flujo migratorio.

Aquí se encuentra la debilidad, de origen y estructural, de esta forma de integración norteamericana, en la que México se desvinculó, vía la geoeconomía, de América Latina. Tal debilidad es la no admitir, dentro de corriente de mercancías, capitales y servicios, a las personas o la mercancía fuerza de trabajo, que sigue siendo la manzana de la discordia en cualquier negociación.   

 

En el caso de México, principalmente, el nacionalismo se da a partir de su postura frente a Estados Unidos, con el que comparte más de tres mil kilómetros de frontera. Siempre representó un riesgo y una amenaza; ahora, era tiempo de la oportunidad, de aprovechar las ventajas de la vecindad, en los tiempos de la globalización, cuya premisa es la integración económica, pero, como vemos, es una integración cucha.

 

En una carta, ahora dirigida a Trump, que quiere ser diplomática, en son de paz, califica de falacia el lema de America first (Primero Estados Unidos), y se pronuncia contra la Ley del Talión –ojo por ojo, diente por diente— en las relaciones internacionales; de lo contrario, todos estaremos chimuelos y tuertos (¿cómo se traducirán estos elevados conceptos filosóficos en lenguaje que entienda el míster?).

 

4

 

¿Dónde se acomoda la noción de cuarta transformación, la 4T? Recuérdese que las anteriores transformaciones se refieren a los periodos de Independencia (1810-1821), de Reforma y la República restaurada (1857-1867) y de la Revolución (1910-1920). Fueron transformaciones que cambiaron, de manera violenta, estructuras, fueran éstas políticas, económicas y sociales. El objetivo fue y es acomodarse al capitalismo, del cual México fue una semilla a través del proceso de acumulación originaria.

 

El territorio nació, como Nueva España, en plena era de descubrimientos y conquistas, la primera globalización. Los metales preciosos, oro y plata, que en estas tierras poseían un carácter ritual y ornamental, en Europa, con el sistema monetario, eran de valor y estima: “Poderoso caballero, don Dinero…”. Fue el comienzo de un largo periodo de expoliación (este año se cumplen 500 años del arribo de Hernán Cortés, motivo de una carta de López Obrador, dirigida al rey de España), y que todavía padecen, en muchos lugares, los descendientes de los pueblos originarios.

Hoy, nos encontramos en el umbral de una cuarta transformación, de manera no violenta; un cambio de adentro hacia fuera: más moral y social, a partir de un cambio de actitudes y costumbres, acorde con las necesidades de una comunidad que es mucho más que la sociedad anónima. La divisa de primero los pobres, no necesariamente significa un llamado de cambio de sistema, en este caso, el capitalismo, aun cuando sea una ruptura necesaria, sino de desechar un modelo que muestra su lado más irracional y salvaje del sistema para el 99 por ciento de la población del planeta. La apuesta es que la mayor cantidad de marginados y excluidos se incorporen, dignamente y con mejores armas, al mercado, que es, por ahora, el terreno, desnivelado, de juego.

 

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Mia Coto, periodista y escritor de Mozambique, en su novela: El balcón del frangipani (Elefanta del Sur/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México. 2004), hace decir a uno de los protagonistas: “Usted nunca va a entender. Lo que está pasando aquí es un golpe de Estado… un golpe contra el tiempo antiguo”. A pesar de todo, “hay que guardar este pasado. Si no, el país se quedará sin suelo”.

 

En esta lucha de rescate del pasado-presente, de lo mejor de nosotros mismos, en términos de resguardar nuestra identidad, independencia y soberanía, nos encontramos en estas horas críticas. No es tarea, exclusivamente, de un solo hombre, por más bienintencionado que sea. Las fuerzas a las que se enfrenta (enfrentamos) siguen vivas y coleando, actuantes.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/200200

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