Argentina vota la despedida del kirchnerismo

El elector inerme

25/10/2015
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En la noche de hoy quedará despejada la ceñida duda que las encuestadoras mantienen sobre el devenir inmediato argentino: si el oficialista Scioli gana en primera vuelta y se consagra como futuro presidente, o en su defecto deberá esperarse casi un mes más para la celebración de un ballotage. En esta semana continuaron ratificándose las particularidades de la cultura política argentina, sobre las que tuve ocasión de escribir en las últimas semanas, en particular, el fenómeno de “borocotización”. El más rutilante de los casos, aunque no único, es el del ex precandidato a la gobernación de la provincia de Buenos Aires por el massismo, el multimillonario De Narváez, quien durante mucho tiempo fue punta de lanza de la oposición al kirchnerismo desde todos los espacios políticos posibles a la derecha del oficial. El sorprendente fundamento utilizado fue que él es peronista, lo que no es muy novedoso ya que dicen serlo también sus hoy adversarios Massa, Rodríguez Saa, ambiguamente Macri y cerca del 90% de los candidatos a altos o menores cargos que resultarán finalmente electos. Revela sin embargo el imaginario dominante según el cual, la autodefinición de peronista sería condición necesaria, aunque no suficiente, para cualquier acceso electivo al poder.

 

En términos teóricos el peronismo fue sin duda el “significante vacío” al que Laclau le asigna el carácter de “punto cero” entre el significante y el significado, requisito indispensable para la disputa hegemónica. Significante sin significado que permitiría fijar el significado o la identidad de los demás elementos del sistema, donde la lucha por la hegemonía es precisamente por la articulación de diferentes elementos y la fijación de su sentido. O en conceptos de Lacan, donde los significantes en sí no poseen un significado, y es otro significante el que otorga sentido. Sin embargo, el peronismo posterior a Perón es más bien un pospopulismo readaptado por las más burdas técnicas de manipulación de imagen y exclusión de protagonismo ciudadano. En términos políticos, un conservadurismo de poderosas cúpulas celosas, o si se prefiere una definición sintética más radical aún, una antipolítica. Conserva no obstante, un poderoso atractivo para oportunistas de toda laya que lo conciben, a izquierda o derecha, como pista de aterrizaje “entrista” o troyana para proyectos más delimitados aunque necesariamente velados por su carácter conspirativo.

 

Sin perder su amorfismo fundante que actúa a modo de generosa sombrilla protectora, la identidad peronista cobija una inmensa gama de estilos y variantes ideológicas que, en términos más concretos y menos teóricos, lleva a concluir que ya no significa nada. Pueden convivir en él expresiones y experiencias como el neoliberalismo más acérrimo o reivindicaciones militaristas y represivas con aquellas que defiendan los derechos humanos y expandan las libertades civiles, propongan cierta redistribución de riquezas o las más asombrosas intersecciones de tradiciones y referencias ideológicas que algún líder pueda ensayar. Y todas ellas transitan a través de sus referentes de un espacio al otro, de una retórica a su inmediata negación sin escrúpulos ni sanciones posteriores. Cualquier acercamiento será bienvenido al nuevo espacio o candidatura, tanto como denostado por los que resultaron abandonados. Traiciones y lealtades serán momentos de una totalidad identitaria que las incluye estructuralmente. Todos se han traicionado tanto como se han reconciliado, por una única razón común: el nivel de proximidad o de acceso directo al poder. Su estructura política es una suerte de federalismo de punteros, poseedores de votos pretendidamente cautivos mediante prebendas o concesiones clientelistas. Las candidaturas se sustentan exclusivamente en la sumatoria de apoyos de gobernadores, intendentes, sindicalistas o punteros en general a los que, mediante encuestas o simple especulación, se les atribuye un determinado caudal electoral que luego se retribuye proporcionalmente con cuotas de poder que perpetúan su influencia.

 

Ni el peronismo en general, ni el kirchnerismo en particular es el único responsable de esta resultante despolitizadora, sino que toda la casta política mayoritaria está impregnada de estos habitus políticos nacionales. Hasta en el momento de mayor énfasis en la vida política e institucional que significó el alfonsinismo y su pretensión fundante de una “nueva república” y de tercer movimiento histórico, se puso en cuestión esta suerte de feudalización del poder y exclusión de la participación ciudadana. Tal vez lo haya pretendido Kirchner en sus primeros años con su idea de transversalización e incorporación de algunos referentes progresistas, pero muy rápidamente cedió a la tentación de comprar a los llamados “barones del conurbano”, intendentes y gobernadores para reproducir el depredatorio mecanismo tradicional de sustentación. Por eso no debe extrañar la paulatina exclusión de progresistas en sus filas, ni menos aún, esta convivencia de último momento con el renegado De Narváez, el propio Menem o la elección a dedo del viscoso e inconsistente Scioli como sucesor. El kirchnerismo, conforme fue deglutiendo políticamente los excrementos de la política, fue excretando los progresismos, no sin máculas. A pesar de su autorelato como recuperador de la política y la participación, sólo logró una decreciente convocatoria a actos, sin otro protagonismo que el de la escucha y la aclamación. Es que concibe a las masas como público y a la ciudadanía como audiencia con la única finalidad de domesticar su resignación reduciéndola a mero elector. En el mejor de los casos, la pretendida politización no supera la de una concepción política del economicismo schumpeteriano donde hay consumidores en un mercado electoral.

 

No pretendo negar la significación del momento electoral, sino subrayar que cualquier alternativa progresista para la Argentina actual debería pergeñar una alternativa político–institucional que garantice que el voto signifique una verdadera participación en el ámbito público, es decir, intervenir efectivamente en las decisiones políticas que les conciernen a los ciudadanos. Entre ellas, la propia producción de normas jurídicas, morales, simbólicas, etc., que no han estado jamás en sus manos. El elector ha sido rezagado sólo a escoger ofertas de dirigentes ya que ni interviene en la conformación de la oferta presentada, ni menos aún de los programas propuestos.

 

Como ante cada circunstancia electoral (no sólo argentina) o alternativa política significativa, me veo en la obligación de explicitar mi postura, a pesar de que no estoy en el país debido a un viaje planificado con antelación (que mi analista considera con buenas razones, verdadera fuga) y en consecuencia no ejerceré el derecho ciudadano. Inscripto aún en la cuasi impotencia de un pragmatismo independiente y como el sistema electoral permite el corte de boletas y voto en la capital, hubiera votado en blanco para presidente en primera vuelta ya que nutrir a Scioli de un gran caudal electoral lo alejaría más aún de todo dejo de progresismo, además –para qué negarlo- de cierta preservación gástrica personal. A “Autodeterminación y Libertad” lista encabezada por Luis Zamora para diputados que es la única alternativa de izquierda por fuera de las 6 opciones presidenciales que se presenta sólo en la ciudad, una variante algo más inclusiva y menos sectaria que el trotskismo oficial y al oficialista Frente para la Victoria para el Parlasur, ya que sólo ingresa un único representante por la capital. En el ballotage votaré por el insípido e impredecible Scioli ya que de lo contrario vencería Macri y no he hecho otra cosa electoralmente que oponerme a él en todo ballotage ciudadano que enfrentó.

 

Claro que estas reflexiones y opciones están hechas a escala argentina. Desde una perspectiva más distante, por ejemplo latinoamericana, las particularidades y matices adquieren un tono mucho más maniqueo. Por eso entiendo –y hasta comparto- los posicionamientos de apoyo a Scioli de dirigentes como Evo, Pepe o Dilma ya que cualquier alternativa con chances significaría un sabotaje a la Unasur y de mayor debilitamiento del Mercosur y de apoyo a los progresismos del sur. Más aún en momentos en los que todos los países del giro progresista, a excepción de Bolivia y muy parcialmente Uruguay, están sufriendo crisis políticas por acoso de las derechas. No afirmo que con Scioli avanzaría la integración, ya que es una incógnita e incluso es poco probable que así sea. Pero la regresión está garantizada con cualquier oposición. Por eso, frente a la elección de un único delegado al Parlasur en mi distrito, votaría al oficialismo.

 

El elector argentino no será héroe pero será personaje trágico. Lo acecha el destino inexorable de su propia ruina. Como en la tragedia griega el protagonista acepta la necesidad del destino y hasta llega a amarlo. Se percibe en las calles, en los medios y en los poros de la vida social. El clima no tiene nada de festivo, ni hay gentes en los espacios públicos. Es abúlico y hasta luctuoso.

 

El elector camina inerme. Apenas vota.

 

- Emilio Cafassi, Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

https://www.alainet.org/es/articulo/173221
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