Oligarquías, golpes de estado, contrarrevolución

27/04/2015
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Es complicado ser novedoso a la hora de escribir en un continente donde la mayor parte de las condiciones que provocan profundas desigualdades prevalecen, y en el que las fuerzas progresistas avanzan con muchas dificultades debido al acoso constante y abrumador de la derecha más anacrónica y brutal, dirigida, financiada y organizada por el imperio de la especulación y el neoliberalismo.

 

Cuando declararon la “libertad” del señor mercado, estaba claro que la vorágine tendería a empobrecer a los que ya estaban viviendo en precariedad, pero el sueño de la llamada clase media de “las infinitas oportunidades” de convertirse en parte de clase dominante se fueron esfumando dramáticamente, en la medida en que los dueños del dinero y los corruptos ponían los cimientos de una sociedad controlada desde los sectores oligárquicos.

 

La famosa clase media, aquella que siente terror a la idea de ser pobre, y anhela todos los días llegar a amasar fortunas, se convirtió en el símbolo claro de que la desigualdad no es cíclica, y que aumenta porque esa es la naturaleza del capitalismo. Más allá del bien o del mal, la acumulación de unos pocos no puede significar otra cosa que las carencias de muchos.

 

En América Latina, con la derrota del ALCA como punto claro de inflexión, las sociedades comenzaron a comprender el alcance de la barbarie desatada dos décadas antes; el sufrimiento de los pueblos había provocado una importante reacción desde finales del siglo XX, lo que llevo a asumir la dirección del gobierno a movimientos de izquierda, con diferentes niveles de profundidad en su abordaje del tema estructural en el capitalismo. Venezuela se planteó la necesidad de marchar hacia el socialismo, lo mismo que otros países del ALBA, mientras otros fueron más cautos, aunque su origen estuviera en la izquierda tradicional o en los movimientos sociales.

 

Inmediatamente se montaron aparatos de desestabilización contra estos gobiernos y se consolidaron maquinarias de control contra países que daban signos de querer avanzar en la misma dirección. La derrota de los golpes de Estado consecutivos contra el presidente Hugo Chávez (incluido el paro petrolero), permitió un avance revolucionario en la construcción de un sistema alternativo que apunta hacia el socialismo. Las conquistas logradas por las mayorías venezolanas durante la revolución son incomparables con el resto de países latinoamericanos (con la obvia excepción de Cuba), lo que dio fuerza también a un movimiento continental.

 

Sin embargo, el Golpe de Estado Militar en Honduras, en junio de 2009 fue un duro revés para la región, pero especialmente para el ALBA, al que Honduras se había adherido un año antes. La oligarquía hondureña, servil y feliz de ser dominada, como todas las demás en este continente, acepto el papel que le otorgo el imperio y sus transnacionales, y terminaron con la farsa de democracia que solo era buena bajo las reglas del mercado y la dirección de los intereses económicos de los poderosos. Los votos solo importan si no significan nada, si no cambian nada.

En Honduras, han pasado seis años, la comunidad internacional ve de lejos, y aquel golpe más que escuela, sirvió su propósito de imponer por la fuerza un régimen al servicio de las transnacionales, renovar la condición hondureña de portaaviones del imperio y sumir al país en el mayor caos imaginable, al punto que su mera existencia como nación está en duda. Aquel atentado destruyo todas las opciones de la sociedad de salir adelante, todo lo alcanzado se desbarato y ya no queda mucho, excepto el desmantelamiento de todo indicio de racionalidad lo que incrementa la miseria, la violencia y la ilegalidad. Quizá el umbral de nuevos tiempos de dictadura.

 

De aquel momento hasta nuestros días, la ofensiva de la derecha internacional se ha intensificado, se ha multiplicado exponencialmente. El auge de los pueblos está en riesgo. La bolivariana Venezuela se encuentra bajo el fuego intenso de la derecha de todo el mundo, mientras la revolución es asediada por sus propios errores. Sin embargo, a pesar de los embates en la coyuntura existe determinación de luchar, de seguir hacia el socialismo, de vencer la contrarrevolución.

 

Y es que en Venezuela, cualquier golpe de estado tendrá como misión destruir la revolución, acabar con todo vestigio que recuerde la época de las conquistas bolivarianas; apuntara a que nadie recuerde ni al comandante Chávez, ni al presidente Maduro, la apuesta de la oligarquía venezolana, y su oposición de papel, buscan hacer una piñata, algo para lo que no tienen fuerza ni racionalidad, y que solo pueden mantener con la descarada injerencia de los Estados Unidos, y otros satélites suyos como la desvergonzada España de Rajoy.

 

Pero debemos admitir que las tácticas imperiales no han sido del todo fallidas; ha logrado mantener su relación uno-a-muchos con Latinoamérica que no alcanza a ser una entidad. Aunque se alcancen momentos emblemáticos como la Cumbre de las Américas en Panamá, lo cierto es que cada uno reacciona de acuerdo a sus intereses y, muchas veces sus conveniencias. Seguimos siendo muchos dedos, y mientras imperio siempre es el puño.

 

La estrategia de abrir muchos frentes, nos muestra hoy gobiernos de izquierda viviendo como rehenes de las oligarquías locales, les ha salido costoso el haber mediatizado su visión de cambio. Otras prefieren el pragmatismo, y esperan a que pase el vendaval.  Sin dejar de reconocer los aportes a la causa de los pueblos que provienen de estos gobiernos populares, todavía están lejos de construir verdaderas democracias.

 

Por otro lado, está claro que la realidad venezolana o la hondureña, después de las traumáticas experiencias de golpes de estado y guerra contrarrevolucionaria, no son entendidas por las izquierdas de nuestro continente. Algunos han llegado a la aberrante posición de negar la guerra económica que se libra contra este país hermano. Fuera del Chile de Allende, y la Cuba nuestra, ningún pueblo podría entender la dimensión de esta agresión.

 

Asombrosamente, muchas críticas desde la izquierda sugieren la dolarización de la economía venezolana, como la panacea para resolver los problemas, sin percatarse de donde está la raíz del asunto. Es cierto que existen entuertos que agravan la situación, pero sobre él hace falta trabajo, como en cualquier otro país de Latinoamérica, muchas veces los políticos prefieren creer que el pueblo no está listo para su liderazgo, sin darse cuenta que los procesos son responsabilidad de todos y todas.

 

Sería fatal para nuestros pueblos que nuestra izquierda decidiera mantenerse timorata frente a la agresión que hoy sufren nuestros pueblos, y que optaran por la crítica estéril contra la revolución bolivariana. Aquí es importante, muy importante entender el momento histórico (lo he repetido tanto…), el precio a pagar por nuestras limitaciones puede llevarnos a perder todo. Hoy Venezuela es el frente de batalla, y todos debemos encontrar la forma de llegar a entregar nuestra solidaridad tangible, verdadera.

 

La autocrítica vale mucho más, si no le entregamos municiones al enemigo. Y no se trata de abandonar los principios, se trata de defender lo que nos ha costado tanta durante tantos siglos.

 

En Venezuela ya pasó el tiempo de los golpes de estado, ahora lo que hay en ciernes es una contrarrevolución, debemos actuar en consecuencia. No podemos seguir el juego de la derecha, ni tratar con paños tibios a los contrarrevolucionarios, menos aún invitarlos a cenar en nuestra casa, cuando son los que matan a nuestros hermanos.

https://www.alainet.org/es/articulo/169217
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