Democracia, ciudadanía y convivencia

20/02/2004
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Hay expresiones en nuestra sociedad de intransigencia en los comportamientos políticos; trátese de posicionamientos de los adversarios del gobierno frente a las políticas de éste, o de la actitud del gobierno en relación con sus críticos y opositores, o frente a procesos de gran controversia social, como el de la desmovilización de actores armados. Es pertinente, entonces, reflexionar acerca de cómo la herencia cultural de intolerancias, marca nuestra conducta cotidiana y la necesidad de superarlas. Se dice que una sociedad autoritaria produce comportamientos similares. Y además, se liga históricamente la tendencia al uso de la violencia, como producto de una cultura política, basada en el dogmatismo, la intransigencia e intolerancia, el suponerse 'portadores de la verdad'. Esto ha orientado las conductas de los actores políticos y sociales en la sociedad colombiana. La práctica política cotidiana, está fuertemente atravesada por referentes premodernos. Hay una tendencia a ver la política basada en lealtades totales (las cuales también son la base del clientelismo tradicional) y con comportamientos parecidos a los propios de organizaciones cerradas de tipo cuasi-mafioso, en las cuales quién entra no puede volverse a salir, sino quiere poner en riesgo su tranquilidad, su nombre y aún su vida. Por ello hay odios totales y la tendencia a tratar a los adversarios como enemigos irreconciliables. Pero la democracia requiere ciudadanos; calidad que implica más que la posesión de la cédula de ciudadanía, implica tener capacidad de discernir en cada momento y frente a cada tipo de elección qué es lo que más conviene. Esto significa contar con elementos de juicio para escoger el mejor candidato o programa, o el partido político que se identifica con su manera de pensar. Pero el compromiso ciudadano, no se agota en la elección, debe continuar haciéndole seguimiento a lo que realizan sus representantes y los mandatarios y eventualmente haciendo uso de herramientas como la revocatoria del mandato, la iniciativa ciudadana o la protesta social legítima, para expresarles la inconformidad si están engañando la confianza de los electores, o igualmente 'premiar' la buena gestión política. Pero construir ciudadanos con una cultura política responsable, es decir, ciudadana, es una tarea de mediano plazo, pero también de cada día. Aprender a leer la realidad no en términos de blanco y negro, sino reconocer los matices que siempre están presentes. Acostumbrarnos a que una opinión critica, por ejemplo frente a un proceso de desmovilización como el que está en curso, o al comportamiento de la oposición política, o frente a una acción de gobierno, no es una muestra de enemistades absolutas, sino parte del debate democrático. Hay necesidad de consolidar una ética ciudadana basada en la convivencia, la pluralidad y que conciba la coexistencia de 'diversos' como normal, sin que por ello tengan que eliminarse (real o simbólicamente). Una visión que conciba 'al otro' como diferente, pero a quien no se le debe mirar como enemigo, sino como adversario con quién existe, a pesar de las diferencias, espacios de acuerdo posible. Esto significa entender la política como un campo de identidades y adversarios parciales y de ninguna manera de enemigos totales a los cuales hay que eliminar. Esto implica un propósito colectivo, no sólo de educación en nuevos valores, sino una práctica nueva de resolver las diferencias, tanto en los ámbitos considerados como privados, como en los públicos. Una pedagogía de la convivencia que antes que en los discursos se debe construir en la práctica del respeto a los derechos y a las reglas socialmente aceptadas y al tratamiento de las diferencias y del conflicto social. Sólo así avanzaremos hacia una modernización de las prácticas políticas, que deje atrás los odios como guía única de acción política. * Alejo Vargas Velásquez. Profesor Universidad Nacional.
https://www.alainet.org/es/articulo/109449
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