Mujeres y feminismos: rumbo al año 2000

31/08/1994
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Si la modernidad ha engendrado, en parte, cambios económicos, políticos, sociales y culturales, favorables a algunas transformaciones estructurales para las mujeres, es sobre todo el surgimiento de propuestas colectivas y de organizaciones específicas, lo que está garantizando la irreversibilidad y la autenticidad de estos cambios. De hecho, si las mujeres no hubieran construido sus propios movimientos reivindicatorios, los cambios suscitados por las necesidades inherentes a la modernidad no hubieran contemplado, por si solos, avances como la aplicación de la calidad de sujeto global (con derechos) para las mujeres, la demanda de salarios iguales, o el derecho a vivir sin violencia. Asimismo, si las mujeres no hubieran articulado un marco político basado en el cuestionamiento de las relaciones sociales de género, difícilmente hubieran logrado el reconocimiento de su calidad de sujeto histórico y, consecuentemente, la posibilidad de introducir propuestas para transformar las perspectivas globales de vida. Espacios de reivindicación y articulación política Los ángulos y las perspectivas desde los cuales han reivindicado las mujeres son múltiples, algunas lo han hecho desde organizaciones específicas, otras desde entidades diversas (ONGs, partidos, instituciones nacionales e internacionales) y otras desde la exigencia personal de requerir la aplicación de los derechos adquiridos. Así, desde esta diversidad, las mujeres han situado sus acciones y sus análisis, en un espacio amplio, portador de un nuevo paradigma del quehacer político: las mujeres están en todos los grupos socio-económicos y, desde situaciones diversas, todas enfrentan la discriminación sexista. Por ello, el feminismo tiene el potencial de conceptualizarse imbricando realidades de clase, etnia y relaciones Norte/Sur; creando una nueva visión de las opresiones caracterizada por el cruce, la coexistencia o la articulación de varios sistemas opresivos: el patriarcado y el capitalismo, principalmente. En este proceso organizativo y reivindicatorio, también ha incidido el impacto social de corrientes políticas de cambio (como el socialismo o el anticolonialismo) que, aunque inicialmente no prestaron sus membretes al movimiento de mujeres, abrieron, de manera global, la posibilidad de que las colectividades oprimidas se conciban como sujetos de cambio y articulen cuestionamientos de las visiones dominantes. En América Latina y El Caribe, el espacio político y reivindicatorio abierto por los diversos movimientos contestatarios facilitó, particularmente en el último cuarto de siglo, el desarrollo de planteamientos de género, que sitúan la subordinación y explotación de las mujeres como una de las principales condiciones para el robustecimiento del modelo capitalista dominante. Es en este marco político que una parte significativa del movimiento de mujeres ha definido sus prioridades en torno a causas generales, focalizadas sobre todo en la búsqueda de mejorar la calidad de vida familiar o comunitaria. Paralelamente a una búsqueda de elucidación política, constreñido por la crudeza de la realidad (1), el movimiento de mujeres ha tenido que orientar una parte sustantiva de sus acciones a paliar la falta de servicios elementales para las mujeres, a través de la creación de servicios alternativos propios, particularmente en el campo de la salud reproductiva, la defensa jurídica y el apoyo a la inserción laboral o social. Mientras tanto, la corriente feminista, también marcada por los criterios anteriores, ha buscado desde diversas perspectivas y espacios, principalmente desde el intelectual, dilucidar el carácter de la opresión específica de las mujeres, entendiéndola como un engranaje multidimensional en el que intervienen: un substrato material (la división sexual-internacional del trabajo, la desigualdad de ingresos y de oportunidades entre los géneros, etc.), la ideología (que justifica la asignación de roles y funciones rígidas basadas en la supuesta "diferencia natural de los sexos"), y el poder coercitivo (el control social asegurado por la violencia pública y privada). Y como la explotación de las mujeres está tan arraigada en la sociedad (al punto que se ha llegado a ver como natural), las feministas han tenido que canalizar una buena parte de sus acciones a hacer reconocer que existe injusticia; esto ha conducido a la creación de nuevos discursos y a la reformulación potencial de preceptos y conceptos de impacto universal. En términos generales, uno de los principales desafíos del feminismo y del movimiento de mujeres latinoamericano es la creación de un movimiento descentralizado, horizontal y plural que permita el desarrollo de una perspectiva de sociedad basada en una igualdad humana que contemple todas las diversidades. Feminismo y movimiento de mujeres El feminismo es una corriente política que busca la transformación de las relaciones socio-económicas, ideológicas, culturales y de poder entre los géneros; se fragua en una idea revolucionaria: transformar el mundo e incluir a las mujeres en todas las esferas, para construir nuevas pautas de vida basadas en la eliminación de la atribución de roles según el sexo. El movimiento de mujeres es un espacio de convergencia amplio en el que se expresan las más diversas formas organizativas, algunas específicamente de género, otras socio-económicas (generales), otras confesionales, barriales, culturales, etc. El movimiento feminista participa de este movimiento amplio y se ha convertido en el principal referente político e ideológico para el conjunto. Entre los mayores aportes del feminismo al proceso político actual (y al conocimiento) está el de haber conceptualizado a los "sexos" como grupos socio-económicos definidos, interrelacionados, históricos y, por lo tanto, sujetos a transformaciones. Es a partir de este postulado que se ha elaborado el concepto género, referido al conjunto de atribuciones y roles imputados a cada sexo. Esta postura rompió con siglos de estancamiento en los cuales se consideraba a las mujeres y a los hombres como grupos biológicos, naturales e inamovibles. Políticamente este avance ha significado la legitimación del movimiento de mujeres, que ha posibilitado delinear una identidad colectiva, ha permitido afirmar las necesidades de cambio y proponer líneas de acción propias. La acción del movimiento de mujeres ha suplantado socialmente a la creencia de que las desigualdades de género van a cambiar con exhortaciones individuales y está provocando la adopción de políticas nacionales e internacionales que significan, implícitamente, el reconocimiento de un problema histórico y estructural. No obstante, para legitimarse, el feminismo -como todas las corrientes revolucionarias- ha tenido que fundamentar y afirmarse tanto en la novedad de sus ideas como en su referente histórico. Cuando, hace un cuarto de siglo, las nuevas voces del feminismo empezaron a levantarse, para luego confluir en el Foro Mundial (México 1975), en el que se establecieron las premisas de la Declaración Universal de los Derechos de las Mujeres, habían implícitos o explícitos consensos que descalificaron a este movimiento. Hubo incluso movimientos que luchaban por el cambio que se pronunciaron en contra del movimiento feminista. Se le tildaba de sectario y se le imputaba, anticipadamente, desviarse de la realidad clasista para focalizar en las consecuencias (secundarias) de una contradicción situada en la esfera ideológica o cultural. No faltó quienes llegaron a calificarlo de occidentalista, pues se diagnosticó que en América Latina y el Caribe, las mujeres no necesitábamos de ningún movimiento específico importado y "libertino". Muchos/as libres pensadores llegaron hasta a atribuirse la voz de las mujeres populares o de etnias discriminadas para sustentar que toda reivindicación de género era contraria a las idiosincracias y culturas ancestrales. No obstante, la satanización de la cual fue (y es aún) objeto el feminismo, los prejuicios no pudieron impedir la masificación acelerada del movimiento de mujeres, pero sí lograron presionar y muchas veces retardar la adopción de posiciones de género. La intimidación psicológica (y muchas veces física) llevó a que muchas mujeres se disocien del feminismo, aún antes de conocer sus postulados, basándose en las caricaturas que se crearon de él. Pero, las pruebas expuestas por la situación socio-económica en la que viven las mujeres y la evidencia del desbalance de poder entre los géneros -cuya expresión más clara es la violencia de género-, ha hecho que paulatinamente un parte substantiva del movimiento de mujeres, se identifique políticamente con el feminismo. Es simbólica la participación de miles de mujeres, representando las más diversas organizaciones, a los 6 Encuentros Feministas de América Latina y el Caribe que se han realizado secuencialmente en diversos países. El movimiento de mujeres y el feminismo latinoamericano y caribeño son heterogéneos, crecen en un contexto de transición y universalización del capitalismo, atravesados por múltiples tendencias, corrientes e interpretaciones que, singularmente, forman su originalidad organizativa sin línea única ni territorios demarcados. En estos últimos veinte años, a pesar de una multiplicidad de debates y controversias, han convivido en este espacio sin fronteras llamado movimiento de mujeres, desde una corriente emancipatoria (liberal) hasta el radicalismo, pasando por el feminismo popular, el religioso y todos los matices y mezclas entre ellos. En la actualidad, con la multiplicación de grupos, colectivos, centros de mujeres y otras organizaciones, en muchas ocasiones las diversas tendencias se entrelazan, se mezclan, conviven y hasta se funden. No obstante, a pesar de que el feminismo se haya constituido en el principal polo de referencia del movimiento de mujeres, no representa a todas las tendencias comprendidas en éste, que abarca a todos los sectores de mujeres organizadas, feministas y no feministas, movilizadas por causas diversas, algunas de las cuales buscan disociarse del feminismo, pero mantienen en la práctica, casi invariablemente, puntos de convergencia y reivindicaciones comunes. Existen diversos prejuicios recíprocos y, a veces, faltan mecanismos de comunicación que faciliten la exposición de los diversos acercamientos y por lo tanto un mayor conocimiento mútuo. Pero también se han expresado diferencias en cuanto a posturas políticas, a concepciones organizativas o estratégicas. Por un lado abunda la desinformación sobre el feminismo que le ha prestado intenciones o postulados muchas veces tergiversados; se ha divulgado por ejemplo que las posturas basadas en una conciencia de género excluirían la posibilidad de considerar otras problemáticas en lugar de completarlas o complementarlas. Asimismo se ha sobredimensionado la importancia del separatismo, una corriente estadounidense, casi desconocida en ese mismo país, sin ninguna incidencia en nuestra región, para asociar el feminismo a un supuesto sectarismo femenino de clase media. También se han tergiversado las orientaciones del feminismo radical (Radical feminism) una corriente de izquierda, sobre todo de inspiración marxista, que alimentó en los años 70 y 80 los más ardientes debates en Europa (particularmente en Gran Bretaña) buscando acuñar una perspectiva de género a los conceptos marxistas. En muchos medios el mismo término feminismo evoca supuestas posturas políticas inalcanzables por la mujer promedio o ideas radicales que se presume serían incompatibles con reivindicaciones socio-económicas. Imposible abordar aquí todos los rumores divulgados sobre el feminismo, tan sólo mencionaremos que estas carencias de información ponen en evidencia la necesidad de incrementar mecanismos de comunicación sobre género. Por otro lado, como la conjunción entre el patriarcado y el capitalismo constituye la base estructural e ideológica que universaliza pero también singulariza cada contexto, el desarrollo del movimiento feminista, a pesar de su carácter innovador, no está liberado de las contradicciones propias de su época y, en ese sentido, está marcado por prioridades que excluyen, en muchos casos, problemáticas de primer orden como la étnica, que apenas comienza a ser considerada en algunas instancias del movimiento. Las diferencias de clases, de orígenes étnicos y culturales, de orientación sexual, que confluyen en el movimiento han complejizado la afirmación de identidad colectiva. Algunas mujeres han querido darle una respuesta rápida a la creación de dicha identidad, a través de la búsqueda de un espacio único (real o simbólico), muchas veces exclusivo, que podría permitir alguna cohesión de pequeños grupos, pero que excluiría a todas las que no pertenezcan a la cultura desarrollada por dichas unidades. No obstante, como no existe una sola definición del ser mujer el único territorio posible sigue siendo plural y multi-cultural, aún no se ha encontrado una cultura englobante del 'ser mujer'que no redunde en alimentar las categorías impuestas desde hace varios siglos. Por ello, hasta aquí el único territorio posible es un mundo abierto y la única liberación posible pasa por el cambio hacia el futuro. Hasta aquí, un hecho innegable ha definido la creación de discursos feministas: la posibilidad de acceder a la autonomía personal y al conocimiento, elementos que pasan por el acceso a ciertas posibilidades socio-económicas, que no son accesibles a las mujeres de todas las etnias y grupos sociales. Un proceso de construcción discursiva que incorpore las problemáticas de todas las etnias y grupos sociales está en marcha y probablemente su desarrollo significará su complejización, será la expresión de la diversidad y multiplicidad de mujeres que conforman el movimiento. En este campo, el naciente feminismo popular (y tercermundista) está buscando respuestas a estas problemáticas. A pesar de estas dificultades, el movimiento de mujeres y el movimiento feminista, concebidos como procesos y como espacios de confluencia, se han convertido en una fuerza política autónoma que transforma el monolitismo de las corrientes políticas tradicionales; el movimiento aparece como un caleidoscopio, con múltiples matices que divergen pero conviven y lo integran. Por sus objetivos pluralistas y por su declarada vocación de cambio este movimiento esta estableciendo pautas para realizar sustantivas transformaciones sociales, personales y globales. Otro objetivo es la búsqueda de modelos organizativos horizontales y la invención de nuevas formas de manejo del poder formal e informal, con la utopía de romper con las estructuras piramidales y subvertir la creencia de que jerarquía es igual a organización. El feminismo: un nuevo paradigma político Asimismo, como la modernidad ha facilitado ciertos cambios para las mujeres, para las latinoamericanas y caribeñas, ha potencializado su antítesis: la segregación de género. En todos los países día a día se acrecientan las filas de desempleadas, informales, maquiladoras, trabajadoras sexuales obligadas, etc; y, para la mayoría, el tiempo de trabajo se ha multiplicado por dos y hasta por tres. Además, la sobredimensión de los valores "occidentales", que acompaña invariablemente a este proceso, socava la posibilidad de que cada colectividad (étnica o cultural) establezca sus propios parámetros de liberación. En algunos casos la discriminación étnica es tan imponente que la defensa de los estereotipos sexistas se confunde con la defensa de la colectividad y, como se ha expresado en los procesos organizativos de las mujeres provenientes de etnias discriminadas (Ver ALAI No. 159, Separata Sept. 18/92), se asimila facilmente los valores sexistas importados a los vernáculos. En el proceso de "desarrollo", que ha significado la inserción de las mujeres en el modelo dominante, muchas están siendo despojadas de sus mecanismos históricos de gestión del poder, aculturadas e "integradas" luego, a áreas laborales mal remuneradas y devaluadas socialmente, sin ser liberadas de su papel milenario de proveedoras domésticas. Asimismo la violencia contra las mujeres se multiplica en todas las esferas, convirtiéndose en el argumento más contundente de la necesidad de crear organizaciones específicas pues, tal como se sustentó en las conclusiones del I Encuentro Centroamericano de Mujeres (Ver ALAI No. 151, Abril 10/92) sobre estas bases no se podrá construir ningún tipo de nueva sociedad. La búsqueda de un cambio total que permita la creación de un mundo sin ningún tipo de injusticia adquiere cada día una influencia mayor entre las mujeres. Por ello, el movimiento feminista está creando nuevos análisis globales de la sociedad, proponiendo nuevos parámetros que comprenden desde la integración a lo político de diversos aspectos considerados como de orden "privado", hasta tomas de posición sobre problemáticas de orden nacional e internacional. El feminismo ha irrumpido en los campos donde se ejercen los poderes que aseguran la reproducción de las estructuras capitalistas y patriarcales; a la vez que ha permeado en todos los sectores sociales, organizaciones específicas, populares, sindicales, etc. Asimismo, sus innovaciones organizativas, en estos momentos de redefiniciones, comienzan a servir de referente a múltiples sectores interesados en crear modelos y lineamientos orientados hacia el futuro. Impulsado por los eventos relativos al Año Internacional de las Mujeres (México 75) y del decenio de las mujeres, el feminismo contemporáneo nació con carácter internacional, y por ello, enmarcado en las relaciones Norte-Sur, sin que por eso haya adquirido las mismas características en el mundo entero. En cada contexto se articuló a cada singularidad histórica, política, cultural, relativa a cada tipo de desarrollo; de allí que una de sus principales características es la diversidad de formas de expresión, la heterogeneidad de referentes, la multiplicidad de reivindicaciones. En América Latina entre el feminismo brasileño y el feminismo boliviano hay un universo de diferencias y similitudes. Los análisis y los procesos vividos en cada país, en cada región y en cada continente son tributarios de su propia historia. Cronológicamente (simplificando para poder generalizar), la primera fase fue emancipadora, dedicada a la obtención de ciertas reformas legales o formales que permitieran una cierta igualdad (sobre todo económica) entre los géneros, propugnaba la realización de ciertas mejoras en la sociedad y no necesariamente transformaciones. Luego, nacieron corrientes vinculadas a las organizaciones de izquierda que situan la opresión de las mujeres como una consecuencia de la existencia del capitalismo como sistema económico-social dominante. Y paralelamente -muchas veces estrechamente vinculada a éstas- surgieron corrientes que identifican al patriarcado como un sistema social complejo, que requiere de transformaciones estructurales de fondo para la construcción de un mundo sin desigualdades de ninguna índole. El patriarcado: un adversario universal El feminismo ha levantado un importante debate sobre la identificación de las fuentes de explotación y de opresión de género. Pues, como los espacios de opresión son universales (privados y públicos) y que la opresión se fragua en relaciones de poder concretas, en todos estos espacios, designar un opresor o una sola fuente de opresión ha levantado las más vivas controversias. Esta extra-territorialidad espacial suscita la necesidad de situar las luchas en todos los ámbitos y al hacerlo el feminismo ha cuestionado a las estructuras pero también a los comportamientos personales; es de esta complejidad que ha surgido el concepto patriarcado, entendido como un sistema social basado en la opresión y la explotación de las mujeres y en la omnipresencia del poder masculino en la sociedad. La identificación del patriarcado, desde una perspectiva de género, ha llevado a la identificación social concreta de sus agentes y complejidades, lo que ha provocado fisuras y resistencias en hombres y mujeres temerosos/as de enrolarse en una revolución personal y social. Con diferencia del resto de oprimidos/as, las mujeres no han identificado al opresor como enemigo (se trata del amigo, el marido, el padre, etc.) sino como el futuro humano, versión igualitaria. Tal vez por ello, no se ha planteado oposición frontal, sino un combate por la humanización vista como un progreso global de la humanidad. La reconceptualización del patriarcado por las feministas como un sistema social opresivo (y como un concepto de lucha), regulador de las relaciones de poder, económicas y sociales entre los géneros, ha evidenciado que la opresión de las mujeres no es un "problema individual", ni cultural, ni natural, sino un fenómeno político, supra-nacional e histórico. Históricamente, el patriarcado es anterior al capitalismo. El capitalismo, como los otros sistemas opresivos anteriores, ha nacido en/del patriarcado, se han fundido y alimentado recíprocamente, el uno y el otro se han convertido en condición necesaria de su existencia recíproca. Es en este marco que toman forma y se expresan tanto las relaciones Norte-Sur como las relaciones interpersonales de poder entre los hombres y las mujeres, mantenidas y adaptadas, mas no creadas, por el capitalismo. Los géneros son dos El concepto género aparece como el producto del establecimiento de una clasificación y atribución de roles a cada sexo. El género se construye y se reproduce en una relación social mediada por relaciones económicas, ideológicas y culturales orientadas al mantenimiento de diferencias entre hombres y mujeres. Las relaciones de género involucran socialmente a hombres y a mujeres pues cada uno de estos dos grupos sociales es condición y consecuencia de la existencia del otro. La desaparición o las modificaciones que puedan efectuar, cualquiera de los dos, afecta o modifica directamente al otro. Inicialmente (en los años 70) el concepto género fue develado sobre todo por las feministas marxistas que buscaban fundamentar la calidad de sistema social del patriarcado. Al centro de esta elucidación teórica se situó el análisis de las relaciones de poder entre los sexos, lo que condujo a establecer una diferencia entre sexo y género, considerando a este último como el producto de complejas relaciones socio-económicas construidas a partir de supuestos atributos naturales. El establecimiento de este concepto constituye uno de los avances más significativos de las ciencias sociales contemporáneas que abrió nuevas posibilidades de comprehensión de las relaciones y de los sistemas socio-económicos. Posteriormente el concepto género ha pasado a ser utilizado, y hasta recuperado, por diversos sectores que en algunos casos le han despojado de su contenido político; en ocasiones el término género ha venido a suplantar al feminismo, dándole un cáracter más conciliador, más liberal; en diversas instituciones tales como las universidades, los departamentos de estudios feministas han pasado a denominarse estudios de género, ello ha abierto la puerta a la inclusión del análisis de la condición masculina, entre otros. Unas son más diferentes que otros Discursivamente asociadas a la diversidad, muchas veces se habla del "respeto a las diferencias" relacionando esta posición a la posibilidad de expresión y coexistencia de las distintas tendencias que conforman el movimiento. Existen, no obstante, otras interpretaciones vinculadas con una tendencia neo-feminina que insiste en la asociación entre lo biológico, lo cultural y lo político para, a través del viejo precepto de la existencia de diferencias "esenciales" o naturales entre los géneros, proponer cambios que reafirmarían ciertos valores considerados intrínsecos a la "diferencia" femenina. Sin embargo, la atribución de "diferencias naturales" a las mujeres ha servido, durante siglos, de argumento justificativo de la opresión. Atribuir a las mujeres el monopolio de lo visceral, lo subjetivo y lo intuitivo ha justificado la exclusión histórica del acceso a las formas de conocimiento y de poder valorizadas socialmente (la razón, las ciencias, el poder formal, etc.). Por ello, reivindicar estas "diferencias" sin esclarecer las mediaciones sociales que las han creado, puede ser un arma de doble filo, pues para que un grupo social sea considerado diferente (de) debe tener un referente y en los contextos de dominación, quien tiene el poder se constituye en ese referente. Históricamente la atribución del membrete de "diferente" y la imputación de características naturales a un grupo social han servido para validar y legitimar la opresión. La institucionalización del racismo es uno los ejemplos más conocidos en este campo. Esta tendencia contradice el aporte fundamental del feminismo que reconoce la existencia de los géneros como construcciones históricas y que ha documentado cómo las relaciones de explotación y de opresión entre los géneros no son innatas ni producidas por la naturaleza y que por lo tanto están sujetas no sólo a evolución sino a revolución. En este sentido, el concepto de "diversidad" estaría más a tono con la heterogeneidad que se quiere expresar con la palabra diferencia.
https://www.alainet.org/es/articulo/104961
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