Atonías ciudadanas y elecciones

02/11/2013
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El domingo pasado tuvieron lugar procesos electorales –aunque de desigual magnitud y trascendencia- en ambas orillas del Río de la Plata. En Argentina se renovó la mitad de la cámara de diputados y un tercio de la de senadores. En Uruguay se eligieron los Consejos Vecinales de Montevideo y simultáneamente se desarrolló la elección interna de la agrupación Alianza Progresista del departamento de Maldonado (lista 738) cuyo escrutinio fue suspendido ante presuntas irregularidades. La vinculación entre sí de estas compulsas electorales resultaría nula, más allá de la coincidencia en el calendario, si se prescindiera de aquello que sintomatizan en materia de debilitamiento cívico y ciudadano en cada instancia. Vuelven de conjunto a señalar las dificultades que los gobiernos progresistas de la región han tenido, desde su acceso al poder político, para mantener la tonicidad militante de sus bases y su capacidad de atracción participativa, para evitar la escisión entre dirigentes y dirigidos, para dotar de encarnadura al esqueleto formal de la representación.
 
La campaña en Argentina estuvo signada esencialmente por la manipulación publicitaria, el slogan y la video-atracción como instrumento casi excluyente de seducción electoral. En ausencia de programas, de actos de masas e intervenciones militantes, la legitimidad o ilegitimidad de las opciones electorales y sus candidatos, se vio determinada por el refuerzo imaginario de las cámaras televisivas (incluyendo a su versión oculta). Los resultados se encargaron de confirmar a grandes rasgos aquellos demarcados unos tres meses atrás por las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), un remedo de las internas norteamericanas a las que se le añadió la compulsión de la obligatoriedad. El oficialista Frente para la Victoria (FPV) se impuso a nivel nacional como primera minoría electoral con casi la tercera parte de los votos, a una distancia importante de la segunda, aunque salió derrotado en la buena parte de los centros urbanos de mayor concentración poblacional. De este modo conservó el quórum propio en ambas cámaras gracias a la alianza con partidos provinciales. A pesar de ello, la oposición se presenta sin embargo como ganadora, en virtud de haber arrasado en ciudades y provincias muy importantes, cosa sólo justificada si tal oposición existiera efectivamente como singular. Lo verificable es que existen muchas oposiciones, un vasto plural donde ninguna de las alternativas opositoras pudo imponerse en más de dos distritos electorales significativos, restándole en consecuencia perspectivas de alcance nacional con vistas a las elecciones presidenciales a celebrarse en dos años. Entre otras cosas por la volubilidad ideológica, tanto de alianzas como organizativa de casi todos los referentes. El matutino “La Nación” publicó una infografía interactiva con las migraciones de decenas de candidatos (no sólo de oposición sino también oficialistas) en la que mediante curvas graficó el tránsito de cada uno por los diferentes partidos y alianzas electorales a lo largo de los años. Cuando se superponen gráficamente todas las trayectorias, el resultado es un enjambre de líneas cruzadas, informe y abigarrado que refleja la enorme movilidad oportunista. 
 
En términos de caudal electoral el principal emergente “ganador” es el actual intendente del Partido de Tigre en la Provincia de Buenos Aires, Sergio Massa, cuya trayectoria no ha sido suficientemente difundida, justamente porque la publicidad es indiferente a la historia, a la par que su propio caballito de batalla es el simplista lugar común de “no mirar al pasado y apostar al presente”. Su punto político de partida fue la Unión de Centro Democrático (UCD), expresión política de la ultraderecha argentina de los años ´90, dirigida por la familia Alsogaray, que no sólo acompañó la gestión del ex presidente Menem, sino que fue la usina intelectual de sus iniciativas privatizadoras, de ajuste y de readecuación de las relaciones diplomáticas de sumisión al imperio conocidas como de “relaciones carnales”. Migró luego al Partido Justicialista (PJ), aunque también hacia el ala derechista de la mano del sindicalista Luis Barrionuevo, recordado por su intervención pública en el gobierno de Menem, aconsejando no robar por dos años a fin de recuperar la economía. De allí pasó a las filas de otro ex presidente, Duhalde, como diputado provincial y luego fue jerarca en la administración de las jubilaciones nacionales. Con su norte siempre orientado hacia el calor del poder, se encaramó posteriormente en el kircherismo ocupando la estratégica jefatura de gabinete de la actual presidenta, desde la que mantenía encuentros con la embajada norteamericana, no precisamente en defensa de quienes le depositaron su confianza, como revelan los cables diplomáticos publicados por Wikileaks. Tampoco debería sorprender la ratificación del éxito que el ultraderechista Macri obtuvo en la ciudad capital, ya que es su bastión, aunque por tener idénticas aspiraciones y disputar el mismo electorado que el anterior, difícilmente lleguen a aliarse. El cuadro reaccionario se completa con la resucitación de la ex radical (por el partido homónimo, no por el sustantivo) Carrió que mediante nuevas alianzas y el récord de denuncias diarias en los medios consiguió retomar algo de presencia e iniciativa.
 
Mientras el progresismo chirle de Binner retuvo el impacto en su provincia, el Frente de Izquierda logró superar su habitualmente magra cosecha ingresando 3 diputados sobre un total de 254. Algo más de las tres cuartas partes del 20% del electorado que el partido oficial perdió desde las elecciones presidenciales pasadas resultó capturada por la publicidad derechista. Algo menos del cuarto restante viró a la izquierda. Luego del sufragio, la ciudadanía toda volvió a sus casas a mirar por TV los shows que cada comando electoral les tenía preparados. La “participación” había culminado.
 
En Montevideo, las elecciones a los Consejos Vecinales y el Presupuesto Participativo, que actúan en las 18 zonas en la que se dividió la ciudad junto al Centro Comunal y la Junta Local no tuvieron afortunadamente la misma inclinación ideológica aunque padecieron de una proporcional flaqueza participativa. Estando habilitados todos los ciudadanos y ciudadanas mayores de 16 años de una población total de algo más 1.300.000 habitantes, apenas se superó el techo de los 70.000 votantes, confirmando una tendencia declinante desde la mayor votación en 1998 donde sufragaron casi 107.000. Pero más grave aún es que para cubrir una cantidad de 1036 cargos de concejales y concejalas entre titulares y suplentes, se postularon sólo 979, es decir 57 candidatos menos del total. La experiencia precedente señaló además que una proporción significativa de electos de varios centros comunales zonales abandonaron sus bancas al igual que sus suplentes vaciando la institución. Es evidente que la rica y potente experiencia del presupuesto participativo que inauguró la intendencia de Raúl Pont en Porto Alegre en los ´90, no logró trascender fronteras afuera produciendo ciudadanía activa y comprometida.
 
En la tercera experiencia señalada, tal vez inspirada en la búsqueda de solución a las dificultades para la movilización de las bases y sostenimiento del interés, la Alianza Progresista de Maldonado tomó erróneamente el atajo de apertura de sus decisiones internas hacia el resto de la ciudadanía. Lo considero un serio error conceptual sobre la noción de participación, una ingenuidad que no amplía la democraticidad del dispositivo electoral, ni partidario, ni estatal. Por un lado porque el afiliado y/o el ciudadano no elige directamente sino que continúa optando por candidatos decididos en instancias o transacciones de las que no participó necesariamente. Por otro porque produce también un efecto negativo que no debe subestimarse frente a la crisis de militancia al igualar el derecho permanente de los miembros activos de una agrupación a elegir sus candidatos, con la concesión ocasional de ese derecho a personas desinvolucradas partidariamente. En lugar de mejorar la democracia de los partidos asegurando la participación de los afiliados en la selección de candidatos, estas formas abiertas licuan al partido en una masa plebiscitaria. Desalientan por tanto el compromiso consecuente del afiliado/militante y premian el fugaz acercamiento dominical del simpatizante transitorio, o peor aún, abren la posibilidad de prácticas de mala fe. Si el partido, alianza, frente, etc., carece de estructura orgánica o ésta es débil, habría que preguntarse a quiénes favorece el mantenimiento de la inorganicidad. A estos riesgos está expuesto el propio Frente Amplio con la exigencia constitucional de las primarias, además de toda formación política argentina mediante la ley electoral de las PASO. Tuve ocasión de discutir con más detalle las posibles consecuencias de las reformas que introdujeron esta variante como obligatoria en una contratapa ya vieja de este diario (“El nudo gordiano” 30/11/2008).
 
Como personalmente conozco y admiro la honestidad política e intelectual, la inquebrantable buena fe de varios de los afectados por el supuesto fraude que la ampliación de la elección interna hacia la ciudadanía habría facilitado, desde el intendente De los Santos, pasando por la candidata Marie Claire Millán o el diputado Pablo Pérez, hipotetizo que resultaron víctimas de una involuntaria operación mistificadora autoinfringida. Queriendo ampliar la participación, la pusieron en riesgo. Si participar consiste en intervenir en la esfera de la toma de decisiones, en este caso partidarias, no puede haber otro sujeto con derecho y capacidad que sus propios militantes. Lo contrario, resulta un simulacro pretendidamente seductor o un mecanismo oblicuo de cooptación que tarde o temprano terminará desalentando a la propia militancia realimentando más el vaciamiento de bases. A la vez conlleva un riesgo latente de influencias externas conscientes y planificadas que operan sobre decisiones resignadas por los miembros activos con estas aperturas.
 
Como si fueran pocas las tareas pendientes, se nos impone crecientemente necesidad de reinvención de la militancia y la ciudadanía.  
 
- Emilio Cafassi es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar Editorial del Diario La República, domingo 3/11/13
 
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