Misión imposible en el capitalismo:

Impulsar la justicia social, promover el trabajo decente

Los graves problemas sociales no son inocentes ni naturales, pues aparecen como el resultado de un tipo de desarrollo que no mide las consecuencias de sus actos sobre la naturaleza y sobre las relaciones sociales.

02/07/2021
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La secuela de la Covid-19, la protección social, y cómo garantizar una recuperación inclusiva centrada en las personas estuvo en el centro de los principales debates de la sesión virtual de junio de la 109 Conferencia Internacional del Trabajo. Unos 4.500 delegados participaron en la CIT virtual, entre ellos 171 ministros y viceministros y representantes de alto nivel de trabajadores y empleadores, procedentes de 187 Estados miembros de la OIT.

 

Como predijo la Organización Mundial de la Salud, la crisis sanitaria se ha convertido en una crisis económica y social mundial que infligió daños sin precedentes al mundo del trabajo y que ha degenerado en un desastre humanitario para millones de personas. Los graves problemas sociales no son inocentes ni naturales, pues aparecen como el resultado de un tipo de desarrollo que no mide las consecuencias de sus actos sobre la naturaleza y sobre las relaciones sociales.

 

Los delegados adoptaron por unanimidad un Llamamiento Mundial a la Acción en el que se esbozan medidas para crear una recuperación de la pandemia centrada en las personas, con el fin de evitar que las economías y las sociedades queden marcadas a largo plazo. El llamamiento compromete a los países a garantizar que su recuperación económica y social de la crisis sea "totalmente inclusiva, sostenible y resiliente".

 

También, los días 17 y 18 de junio se celebró la Cumbre sobre el Mundo del Trabajo, en la que intervinieron líderes mundiales —como el Papa Francisco, el presidente de la República de Corea, Moon Jae-in, el Primer Ministro de Portugal António Costa, el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden y el presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi— y representantes de organizaciones de trabajadores y empleadores, así como de las Naciones Unidas.

 

El cónclave se centró en la necesidad de dar una respuesta global a la crisis de la COVID 19 y en la acción necesaria para construir un futuro laboral mejor. La discusión sobre la protección social se centró en el impacto de la pandemia y en los rápidos cambios que se están produciendo en el mundo laboral, y se recomendó un marco de actuación urgente para lograr unos sistemas de protección social universales, adecuados, integrales y sostenibles que se adapten a la evolución del mundo del trabajo.

 

Las acciones incluyen medidas para reforzar las políticas nacionales de protección social, cerrar las brechas de financiación, fortalecer la gobernanza y adaptar los sistemas de protección social tras la crisis y en el contexto del futuro del trabajo.

 

Al cerrar este segmento de la CIT, el Director General de la OIT, Guy Ryder, expresó su satisfacción por los resultados obtenidos durante una Conferencia que calificó de "destacable".

 

El segundo segmento de la Conferencia tendrá lugar del 25 de noviembre al 11 de diciembre de este año, con un orden del día que incluye debates temáticos sobre las desigualdades y el mundo del trabajo, así como sobre las competencias y el aprendizaje permanente

 

El mundo del trabajo, un registro de incertidumbres

 

El mundo del trabajo capitalista se encuentra aún bajo el otro yugo de la pandemia, lo que significa que aún no es posible efectuar una estimación definitiva de los daños económicos y sociales. No obstante, el informe de la OIT muestra una visión clara de lo que sucedió en 2020.

 

La estadística más reveladora, la aporta la propia OIT: a consecuencia de la Covid-19 y de las medidas adoptadas para contener su propagación, las horas realmente trabajadas en ese año disminuyeron cerca del nueve por ciento en todo el mundo, en comparación con el último trimestre de 2019, lo que equivale a una pérdida de 255 millones de puestos de trabajo a jornada completa. Esta alarmante cifra evidencia que, en lo que respecta al trabajo, el impacto es cuatro veces mayor que el de la crisis financiera de 2008.

 

El desglose de esas cifras permite hacerse una idea más precisa de la situación real de los trabajadores. Cerca de la mitad de las horas de trabajo perdidas puede atribuirse a la pérdida de empleo: 33 millones de personas se quedaron sin trabajo y muchas más —81 millones— abandonaron el mercado laboral y permanecieron inactivas. La otra mitad corresponde a las personas que trabajaron menos horas, o incluso ninguna, pero mantuvieron la relación laboral.

 

Desde una perspectiva regional, las Américas han sido manifiestamente la región más afectada, con una pérdida de horas de trabajo del 13,7 por ciento, cuando en las demás regiones esta cifra se situó entre el 7,7 y el 9,2 por ciento. En esa misma línea, la pérdida de horas de trabajo se acusó particularmente en los países de ingresos medianos-bajos, donde fueron del 11,3 por ciento, cuando en todos los demás grupos de ingresos no superaron el promedio mundial.

 

Las lecciones que (no) aprendimos de la pandemia que no vimos venir

 

La pandemia, destaca la OIT, ha obligado al mundo entero a seguir un programa de aprendizaje acelerado a todos los niveles, sobre todo en el ámbito de la salud. Ha sido preciso comprender cuál es la naturaleza del virus, cómo ataca y de qué manera se puede prevenir su propagación. Y no solo eso; ha debido comprender mucho más.

 

La necesidad de aprender, y de actuar en función de lo aprendido, se ha hecho extensiva a prácticamente todos los aspectos de la política y de la vida. También, sin duda alguna, al mundo del trabajo. Cabe pues preguntarse qué cosas sabemos ahora que antes no sabíamos y qué enseñanzas podemos extraer de esta experiencia.

 

El mundo no vio venir esta pandemia y no estaba preparado para hacerle frente. Los científicos habían advertido del peligro de futuras pandemias como algo ineluctable. Sin embargo, el informe titulado The Global Risk Report 2020, dos meses antes de que se declarara la pandemia, presentaba un análisis de los riesgos que atenazaban al mundo, y se afirmaba que los riesgos relacionados con las enfermedades infecciosas tenían menos probabilidad de materializarse que otras categorías de riesgos.

 

Entre éstos citaban los de carácter medioambiental, económico y geopolítico, que ocupaban posiciones más altas en la clasificación. Incluso en términos de posibles repercusiones, las enfermedades infecciosas solo ocupaban el décimo lugar.

 

No obstante, en el informe se advertía del peligro de que los sistemas sanitarios se volvieran inadecuados y se afirmaba que «los avances en la lucha contra las pandemias también se ven obstaculizados por la reticencia a la vacunación y la resistencia a los medicamentos» y que «el éxito en la lucha contra los problemas de salud en el pasado no es garantía de éxito en el futuro».

 

El bajo nivel de atención prestado al riesgo de pandemia no sorprende, aunque visto en retrospectiva, pueda parecer que se incurrió en negligencia culposa. La evaluación de los riesgos se basa en el análisis de múltiples factores, y mientras que los peligros inminentes de catástrofes medioambientales, colapso económico y financiero —e incluso conflictos geopolíticos— pueden detectarse e incluso medirse a lo largo del tiempo, es menos habitual que se actúe así en el caso de las pandemias, que surgen de forma repentina, irregular y sin previo aviso.

 

La pandemia ha puesto al descubierto de forma descarnada la creciente existencia de desigualdades de todo tipo en nuestras sociedades, que, en su mayoría, se originan en el mundo del trabajo, lo que contrasta a todas luces con la impresión inicial de que todas las personas son igualmente vulnerables a la infección por el virus. Además, la pandemia ha exacerbado esas desigualdades y existe el grave riesgo de que se pongan en marcha dinámicas que agudicen esa tendencia mucho más allá de lo que dure la pandemia.

 

El trabajo, con virus o sin virus, eterno cúmulo de desigualdades

 

La comprensión de las desigualdades y la preocupación que éstas suscitan no comenzaron con la aparición de la pandemia de Covid-19. De hecho, uno de los objetivos establecidos en la Agenda 2030 propugna la reducción de las desigualdades, lo que significa que ya existía un consenso internacional que consideraba que la situación anterior a la pandemia era inaceptable.

 

Sin embargo, la pandemia ha puesto de manifiesto lo que estas desigualdades significan realmente para las personas y las sociedades. El hecho de que haya operado tanto a nivel de las percepciones como de las realidades subyacentes no le resta importancia.

 

La desigualdad no solo se mide en función de la posición que ocupan una persona o una familia en la escala de ingresos y riqueza. También guarda relación con el acceso a la atención de la salud, las oportunidades educativas, la conectividad a Internet, la protección social, una vivienda digna, la situación financiera, el empleo formal y decente, la justicia, los servicios públicos básicos, las vacunas y muchos otros factores.

 

Cada uno de estos factores por separado da algunas pistas sobre la manera en que la crisis ha afectado a las personas, sobre cómo éstas la están afrontando y sobre posibles respuestas a preguntas como: ¿Disponen los niños de la tecnología necesaria para poder seguir sus estudios cuando las escuelas están cerradas? ¿Tendré derecho a subsidio de enfermedad si he de hacer confinamiento? ¿Cómo alimentaré a mi familia si no voy a trabajar? ¿Tengo derecho a acogerme a planes públicos de ayuda?

 

Tomados en conjunto, esos factores revelan la existencia de profundas divisiones en las sociedades. Las ventajas y desventajas tienden a acumularse de tal manera que la desigualdad cuantitativa se transforma en injusticia estructural, en incapacidad crónica para poder aprovechar las oportunidades y acceder a la movilidad social, y, en definitiva, en exclusión.

 

Todos estos problemas que se arrastran por lustros se han agudizado como consecuencia de la dinámica impuesta por la crisis. Los trabajadores con salarios bajos y otras categorías de trabajadores desfavorecidos no sólo han sido los más afectados por la pérdida de puestos de trabajo e ingresos, sino que también tienen menos oportunidades de adaptarse a modalidades de trabajo alternativas o de encontrar su lugar en el conjunto de las oportunidades laborales que puede generar la «nueva normalidad».

 

Mientras tanto, los mercados financieros ajenos a la debacle han experimentado un gran auge a medida que la economía real se ha contraído, en beneficio evidente de los especuladores, de los tenedores de activos financieros y en detrimento de quienes dependen de los ingresos derivados del trabajo.

 

En estas circunstancias, cobra sentido la tan citada imagen a propósito de la pandemia de Covid-19 de que todos estamos atrapados en la misma tormenta, pero navegamos en distintos barcos.

 

Independientemente de los sinceros sentimientos de compasión y apoyo que ha suscitado el sufrimiento humano causado por la pandemia, el hecho de que las experiencias vividas a título individual sitúen a las personas, incluso a las que están muy cerca, en realidades completamente diferentes, no puede apartarnos del propósito común de emprender un proceso inclusivo hacia la recuperación. El neoliberalismo que nos gobierna hará que la tarea sea imposible.

 

 

- Eduardo Camin, periodista uruguayo acreditado en la ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

https://estrategia.la/2021/07/02/mision-imposible-en-el-capitalismo-impulsar-la-justicia-social-promover-el-trabajo-decente/

 

 

https://www.alainet.org/fr/node/212920
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