¿El fin del neoliberalismo en México? (II y final)

23/04/2019
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Llegamos después de muchos años y sin dejar la dignidad en el camino…”

 

(Andrés Manuel López Obrador, en su primer discurso presidencial).

 

Es de conocimiento público que el presidente López Obrador ha reiterado en fechas recientes (ahora en calidad de presidente de México), su interés en terminar con el predominio del modelo neoliberal en su país.

 

Al respecto, millones de mexicanos (y también muchos latinoamericanos), queremos creer que esta intención se podrá ver cristalizada en la realidad. Y para reforzar nuestra confianza en la utopía, debemos racionalizar nuestro entusiasmo y hacernos unas cuanta preguntas obligatorias.

 

¿Qué características básicas tendría ese proceso posneoliberal?

 

En primer término, debemos reconocer que no existen manuales para caminar por una transición de tal naturaleza, y aunque los hubiera (y de hecho, de alguna manera ya se ha teorizado algo al respecto), no podemos perder de vista la amplia y notoria heterogeneidad de las naciones latinoamericanas.

 

En segundo término, si acaso pudiéramos apoyarnos en experiencias latinoamericanas de transición posneoliberal exitosas, para tomar ciertos referentes que pudiesen alumbrar algunos principios generales, debemos recordar que al menos contamos con la experiencia relevante de Bolivia, y en adición, un conjunto de lecciones en torno a experiencias frustradas, tal el caso de Brasil durante Lula y Rouseff, Argentina durante los Kirchner, Venezuela en la era chavista, y de Ecuador durante el mandato de Correa.

 

Pero aunque Bolivia no sea México, quizá podamos intentar dar respuesta provisional a la pregunta arriba planteada, respondiendo que en el caso boliviano, han debido realizar al menos dos transformaciones estructurales muy importantes, una relacionada con la matriz económica y productiva y la otra relacionada con profundos cambios en la esfera política y social.

 

En otras palabras, si nos basamos en la experiencia posneoliberal boliviana (al igual que en la venezolana), la principal y primera característica básica que resalta es la obligatoriedad de generar un cambio de régimen, algo que rebasa por mucho el mero cambio de gobierno y de instituciones.

 

La segunda característica relevante es que dicha transición debe ser el producto de un amplio, profundo y largo proceso de acrisolamiento social, político e incluso ideológico y programático, generado “desde abajo” y con “los de abajo”.

 

¿Cuáles serían los pasos iniciales a emprender a la hora de embarcarse México (o cualquier otra nación latinoamericana), en la experiencia posneoliberal?

 

Tanto la experiencia venezolana como la boliviana (para citar dos casos recientes de intentos serios por abandonar el modelo neoliberal), muestran con claridad que desde un inicio, una experiencia de tal envergadura requiere el replanteamiento, rediseño y aprobación consensuada de un nuevo pacto social, cristalizado en la discusión y aprobación de nuevas constituciones políticas, basadas y respaldadas en el terreno con poderosas fuerzas y movimientos sociales comprometidas a fondo con un cambio progresivo.

 

Por lo tanto, no se habla de simples “reuniones de salón”, acuerdos de élites. No se trata solo de redactar hermosos y líricos “pactos sociales”.

 

¿Eso significa la consecución de un cambio de régimen vía reformas graduales?

 

Parece que sí. Es lo que muestran los casos de Venezuela y Bolivia. Y México, al igual que muchas otras naciones latinoamericanas, no parece estar en condiciones de generar cambios y procesos diferentes al de una reforma gradual, sin que ello signifique transitar por una senda alfombrada de rosas, sin tensiones ni conflictos de clase y de sectores.

 

¿Cuáles serían las precondiciones mínimas necesarias para empezar a sentar las bases para una transición posneoliberal exitosa?

 

Desde mi perspectiva, las precondiciones mínimas necesarias para empezar a sentar las bases en torno a una transición posneoliberal, serían al menos tres; un modelo económico en crisis profunda; un sistema político agotado; y la existencia de una fuerza política con suficiente voluntad y capacidad política, en particular, para engendrar y empujar una propuesta anti-neoliberal con suficiente respaldo y arrastre entre las principales fuerzas motrices de la sociedad.

 

Primera precondición: Un modelo económico en crisis profunda

 

En la perspectiva de Carlos Figueroa Ibarra, el modelo neoliberal impuesto en México desde hace al menos cinco sexenios, a partir de la asunción de Miguel de la Madrid (1982-1988), hasta el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), la economía apenas alcanzó durante ese largo lapso un promedio de 2.34 %, mientras que en los ocho sexenios anteriores a 1982, en los cuales prevaleció el “Estado desarrollista”, desde Lázaro Cárdenas (1934-1940) hasta José López Portillo (1976-1982), la economía mexicana alcanzó en promedio un crecimiento del PIB del 6 % (1).

 

Si lo vemos por el lado de la inflación, el modelo neoliberal iniciado con Miguel de la Madrid en 1982, disparó la inflación durante su sexenio a 3,719.7 %, ocho veces el nivel promedial de inflación durante el período de su antecesor, Luis Echeverría, con un 129.6 % (2).

 

De acuerdo con Miguel H. Borbolla, la crisis estructural que se gestó en México durante más de tres décadas del modelo neoliberal, presentó al menos cuatro características relevantes; estancamiento del crecimiento económico; desmantelamiento de la planta productiva nacional; precarización del empleo; y, enriquecimiento de las élites y el sector financiero (3).

 

Segunda pre-condición: un sistema político agotado

 

La catástrofe neoliberal imperante en México es una manifestación directa no solo de su excluyente modelo económico, sino, además, una expresión en sí misma de “un colapso de la transición democrática y de la democracia liberal y representativa…” (4).

 

De hecho, el surgimiento del liderazgo de López Obrador y la creación del partido MORENA, es consecuencia directa de la profunda crisis del sistema político-partidario, el cual se relaciona claramente con la pérdida de la hegemonía política sostenida por el PRI durante setenta años, y la cual se vino a pique como resultado inmediato de la ruptura y abandono del pacto histórico de la revolución mexicana (5).

 

Citando textualmente a Figueroa Ibarra, “la ruptura del pacto histórico de la revolución mexicana, comenzó con la crisis surgida al final del sexenio de José López Portillo (1976-1982), y se cristalizó durante el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988), la política económica realizada en ese sexenio rompió con el nacionalismo revolucionario que había caracterizado al partido dominante (PRI), durante décadas, y lo sustituyó por un ideario y práctica neoliberal (6).

 

“De esa crisis – continúa F. Ibarra- surgió la disidencia dentro del PRI, la “Corriente Democrática”, encabezada por Cuathémoc Cárdenas, quien intentó reencauzar el PRI por la senda ideológica mantenida por muchos años. Al fracasar la “Corriente Democrática”, se coaligó con algunos partidos y fundo el Frente Democrático Nacional (FDN), quien llevó a Cárdenas como candidato presidencial en las elecciones de 1988” (7).

 

A pesar de no haber pruebas contundentes (excepto la quema de cajas con boletas electorales por el PRI y la complicidad del PAN), respecto de esos comicios electorales de 1988, es ampliamente aceptado por muchos que las elecciones le fueron robadas a Cárdenas, a través del fraude electoral.

 

Posteriormente el FDN se convirtió en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), fundado en 1989, con una ideología anti-neoliberal, postulando de nuevo a Cárdenas en los comicios de 1994 y en el 2,000, quien no pudo ganar pero logró consolidar un voto duro para el PRD con alrededor de un 16 % de votos a favor por parte del electorado (8).

 

Diez u once años después, fue fundado el partido MORENA, en el 2011, bajo el liderazgo de López Obrador, quien ya en las elecciones del año 2,000 había logrado ganar la candidatura para dirigir el gobierno municipal de la ciudad de México.

 

Para F. Ibarra, el abandono del nacionalismo revolucionario a cambio de abrasar el ideario y la práctica neoliberal le costó al PRI la pérdida de su larga hegemonía (9), citado textualmente al respecto;

 

“Como quiera que haya sido, el hecho cierto es que la asunción del neoliberalismo en 1982 y las medidas económicas que comenzó a tomar, terminaron por desmantelar el legado de la revolución mexicana. Si con los gobiernos de Ávila Camacho y Alemán, la revolución había muerto o sido interrumpida, con los que van de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), hasta Enrique Peña Nieto (2012-2018), el régimen construido por el nacionalismo revolucionario fue aniquilado. No en balde en el momento climático del Salinismo, se habló de “la segunda muerte de la revolución mexicana” (Meyer, 1992: 8-12). Sin embargo, esta muerte fue larga: habría comenzado en la década de los cuarenta del siglo XX. La puñalada final le fue asestada el 11 de diciembre de 2013 aproximadamente a las 11 de la noche, cuando la mayoría priísta y panista en la cámara de diputados aprobó la privatización del petróleo” (La Jornada, 12/12/2013) (10).

 

Tercera pre-condición: una fuerza política y social capaz de generar, hegemonizar y movilizar el consenso anti-neoliberal.

 

En este aspecto, es evidente que el solo triunfo electoral de López Obrador, ya es en sí mismo una prueba contundente de que en el México de hoy ha cambiado algo importante, al menos, la correlación de fuerzas políticas en favor de la lucha anti-neoliberal.

 

Distintas encuestas realizadas en los últimos meses (los primeros de Obrador en la presidencia), muestran un alto porcentaje de aceptación popular. Y aunque siempre ocurre un descenso de la popularidad por el desgaste propio del ejercicio del poder, es innegable que por ahora AMLO cuenta con amplio respaldo entre actores sociales claves, desde las organizaciones indígenas y campesinas (como el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas), organizaciones gremiales y sindicales (como la Confederación Internacional de Trabajadores –CIT-, que agrupa a 10 federaciones y 150 sindicatos), sectores populares y capas medias del área urbana, y apoyos entre algunos bloques empresariales (Grupo Salinas, Grupo empresarial Ángeles, Grupo Banorte, Grupo Televisa) (11).

 

De la habilidad y cintura política que muestre el presidente Obrador, dependerá en buena medida el fortalecimiento de esta fuerza social anti-neoliberal. Al menos entre el crucial sector sindical, todavía existen corrientes importantes que no se suman al proyecto anti-neoliberal, como la CTM; el FTSE (trabajadores estatales); el STRM (sindicatos de telefonistas); el STFRM (trabajadores ferrocarrileros); el importante SNTE (trabajadores de la educación); el SUTERM (trabajadores electricistas), entre otros (12).

 

Desde ya se visualiza que uno de los principales sectores de poder que intentarán bloquear el proyecto anti-neoliberal de AMLO, serán los grupos monopólicos que dominan importantes sectores de la economía nacional. Por ejemplo, el consumo de refrescos a nivel nacional está dominado en un 70 % por una sola empresa; el consumo de cerveza lo dominan apenas dos empresas; el gas está en manos de un puñado de familias; igual ocurre con el transporte aéreo, la banca y la distribución de medicamentos, según datos de Jo Tuckman, en su libro “México, democracia interrumpida”, citado por Carlos Herrera de la Fuente (13).

 

La cuarta y quinta interrogante formulada inicialmente en la primera entrega de este artículo, están vinculadas con las relaciones y compromisos comerciales y económicos de México con los Estados Unidos, en particular, a través de acuerdos como el T-MEC (el nuevo TLCAN).

 

Aunque algunos analistas, como Nicolás Schmitt, profesor del Departamento de Economía de la Universidad Simon Fraser de Canadá, piensan que el TLCAN reformado (ahora T-MEC) es “básicamente lo mismo”, otros, como Ruiz Nápoles, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM, consideran que “con el nuevo acuerdo el sector mexicano de la agricultura más pobre pierde, y el más rico sigue igual…” (14).

 

De acuerdo con Nápoles, al menos una parte de las reformas de López Obrador van a encontrar muchas dificultades debido a ese acuerdo comercial. Por otra parte, no hay que olvidar que el T-MEC también impone restricciones a México, particularmente, en términos de potenciales relaciones y acuerdos comerciales con China, el gran adversario comercial de EEUU (15).

 

En conclusión, es de prever que los principales factores de poder que se constituirán en desafíos internos y externos al proyecto anti-neoliberal de AMLO, serán tanto el narcotráfico y el crimen organizado, como los monopolios y el sector financiero.

 

El futuro no está escrito y todo puede suceder. En gran medida, la suerte del proyecto anti-neoliberal dependerá de cuan fuertes y caudalosas puedan tornarse las corrientes populares del cambio… y de los vaivenes de la política exterior de los EEUU.

 

Referencias:

 

  1. “Crisis neoliberal y cambio de régimen en México; Morena en México”: Carlos Figueroa Ibarra, Papeles de trabajo No. 32 –Diciembre 2016- ISNN 1852-4508, Centro de Estudios Interdisciplinarios en Etnolingüística y Antropología Socio-Cultural, p. 96.

 

  1. Ibíd., p. 96.

 

  1. “Fin del neoliberalismo y cambio político en México”, Manuel Hernández Borbolla, 06.02.2019, Celag.org

 

  1. F. Ibarra, op. Cit., p. 92.

 

  1. Ibíd., p. 95.

 

  1. Ibíd., p. 91.

 

  1. Ibíd., p. 91.

 

  1. Ibíd., p. 91.

 

  1. Ibíd., p. 95.

 

  1. Ibíd., p. 95.

 

  1. “AMLO: entre la aceptación ciudadana y los factores de poder”, Aníbal García, et. al, Alainet, 19.03.2019.

 

  1. Op. Cit.

 

  1. “El fracaso del neoliberalismo en México”, Carlos Herrera de la Fuente.

 

  1. “Ganadores y perdedores del nuevo TLCAN entre Estados Unidos, México y Canadá”, Infobae.com, 06.10.2018.

 

Sergio Barrios Escalante

Científico Social e Investigador independiente. Editor de la revista virtual RafTulum.

https://revistatulum.wordpress.com/

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/199473
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